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La eclesiología de comunión, que es sintonía permanente en el pensamiento de san Agustín, fue subrayada en el Vaticano II hasta el punto de afirmar que “la Iglesia no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es un signo perfecto de Cristo entre los hombres, mientras no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado propiamente dicho” (Ad gentes, 21).

 Somos, pues, sarmientos todos de la única vid (Jn 15,5), llamados “a vivir unidos lo que nos une y separadamente lo que nos separa. Dispuestos, por tanto, a compartir desde la diferencia y a enriquecernos mutuamente desde la propia identidad vocacional” (Conclusiones Congrego Internacional de Laicos Agustinianos, 4). Sentido de la común dignidad cristiana y de pertenencia al misterio de la Iglesia-comunión (Cf.Christifideles laici, 64).

P. Miguel Ángel Orcasitas, En camino con San Agustín, 2001