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La Orden de San Agustín es heredera del movimiento monástico que se originó por la acción pastoral del Santo Obispo de Hipona, considerado por su Orden «como padre, maestro y guía espiritual, ya que de él recibe su Regla, nombre, doctrina y espiritualidad» (Const. OSA, 2).

Agustín de Hipona fundó comunidades monásticas entre los siglos IV y V en el norte de África. A estas comunidades les siguieron otras fundadas por sus discípulos. En el siglo XIII, como respuesta a los retos de evangelización en la nueva sociedad urbana, surgieron las órdenes mendicantes (franciscanos, dominicos, carmelitas, etc.). A tenor de estas nuevas fundaciones en el año 1244, el Papa Inocencio IV impulsó la unión (llamada “Pequeña Unión”), bajo la Regla de San Agustín, de ciertos grupos de ermitaños de la región de Toscana (Italia), algunos de los cuales pervivían bajo la Regla agustiniana.

Años más tarde, en 1256, esta vez promovida por el Papa Alejandro IV, tendría lugar la unión (llamada “Gran Unión”) de otros grupos semejantes. Estos dos movimientos de estructuración jurídica dieron paso a la conocida en los siglos como Orden de Ermitaños de San Agustín y hoy Orden de San Agustín, entre las órdenes mendicantes; pero siempre con la conciencia de ser herederos de la tradición monástica agustiniana, que hunde sus raíces en el carisma personal, transmitido a sus hijos en los siglos, y la obra monástica del gran Obispo de Hipona.

La Orden Agustiniana está formada por frailes, monjas de vida contemplativa y fraternidades seculares. Muchos son también los Institutos religiosos que siguen la Regla de San Agustín, algunos afiliados a la Orden, así como los fieles laicos que gozan de dicha afiliación.

El fin de la Orden, su razón de ser, es la santificación de todos sus miembros, la realización de su dimensión humana y creyente, desde la consagración personal, a través del seguimiento de Jesucristo desde los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, a la luz de la trayectoria vital de Agustín de Hipona y de la tradición secular de la Orden, tanto en varones como mujeres.

Cuatro serían los aspectos a resaltar en esta experiencia de consagración:

  1. El cultivo de la interioridad, entendido como dimensión contemplativa.
  2. La vida común, en fraternidad y concordia, como primer apostolado.
  3. La misión: tener una sola alma y un solo corazón hacia Dios.
  4. El apostolado: en comunión y en servicio a la Iglesia.

La Orden realiza su acción apostólica en diversos campos:

  • El cultivo del estudio, de las ciencias y las letras.
  • La dedicación a la enseñanza.
  • La predicación y la acción pastoral en múltiples ámbitos.
  • La acción misionera o misión “ad gentes”.