El agustino Jordán de Sajonia, nos dejó en su libro “Vidas de los hermanos de la Orden de San Agustín”, un retrato veraz del beato Juan de Rieti:
“Había también un hermano joven, en la ciudad de Rieti –con el nombre de Juan-, sencillo, humilde y siempre de semblante alegre; era muy afable y social, y nada distinto de los demás en el comer y en el beber, y en otras cosas que pertenecen al trato común de los hermanos; pero en lo escondido era muy singular. Manifestó mucho amor y caridad para con todos los hermanos. Jamás salió palabra de su boca, ni se vio en él obra alguna que desdijese de la caridad fraterna. Obsequioso con todos, lo fue principalmente con los enfermos y con los huéspedes, a los cuales lavaba los pies, limpiaba los vestidos y les cedía sus mismas cosas, mostrándoles con alegría la caridad de su inmenso corazón”.
El beato Juan (Giovanni Bufalari, + 1347), nacido en Castel Porchiano, en la Umbría italiana, fue hermano de la beata Lucía Bufalari o de Amelia (+1350), agustina secular. Ambos hermanos bebieron de las fuentes de la espiritualidad agustiniana que en su tiempo se expandía por toda la Umbría a la luz del testimonio del beato Simón de Casia o Simón Fidati de Casia (+ 1348), famoso predicador y maestro espiritual, que influyó notablemente en la vida pública de la Italia de su tiempo.
Este joven beato agustino ofrece un atractivo singular al unir su sencillez de vida en el marco de una llamativa normalidad, con una caridad activa y manifiesta por los hermanos de comunidad. A pesar de su juventud, murió a los 17 años, provoca que su memoria sirva de invitación permanente a vivir el evangelio sin glosa ni barnices ridículos, que deforman la transparencia de la belleza de aquellos que siguen a Jesús, por las huellas de Agustín de Hipona. Jordán de Sajonia pone en labios del beato Juan un pensamiento, no exento de sencilla y profunda verdad: “Los árboles y las plantas germinan, crecen, dan fruto y mueren sin apartarse un punto de las leyes que les ha fijado el Creador. En cambio, los hombres, a quienes Dios ha dado inteligencia y prometido un premio eterno, se oponen continuamente a su voluntad”. Juventud y madurez fundidas en una santidad que deja estelas de verdad para todos los hijos de hijas de Agustín de Hipona.
Los restos del beato Juan de Rieti se veneran en la Iglesia de San Agustín de Rieti. El papa Gregorio XVI confirmó el culto de este beato agustino en 1832.
Beata Lucía Bufalari de Amelia. Mantelata agustina
† 27 de julio de 1350
Nació, según la tradición, en Porchiano del Monte, cerca de Amelia, en Umbría, en los primeros años del siglo XIV; al igual que su hermano Giovanni (beato Juan de Rieti – Giovanni Bufalari), decidió seguir las enseñanzas de los agustinos, que se establecieron en Amelia a mediados del siglo XIII; así, junto con otras mujeres, se retiró a una casa cercana al convento de S. Agostino, guiando a sus hermanas en una vida de fe y oración hasta su muerte el 27 de julio de 1350. Inmediatamente fue invocada como protectora de las enfermedades de algunos niños. Su cuerpo fue colocado en la iglesia de S. Agustín y de allí, en 1925, se trasladó a la de S. Mónica donde, en el siglo XVI, había surgido el monasterio agustino; aquí permaneció hasta hace unos años; luego, debido a la partida de las monjas y la reciente inutilización de la iglesia, en mayo de 2011 fue reubicada bajo un altar de la iglesia concatedral de Amelia. El culto a la Beata Lucía fue confirmado por Gregorio XVI el 3 de agosto de 1832. La fiesta se celebra el 27 de julio.
Una tradición centenaria, aunque no comprobable mediante ningún documento, dice que la beata nació en Porchiano del Monte, localidad a pocos kilómetros de Amelia, donde en cambio, hacia mediados del siglo XIII, había surgido el convento de los agustinos, cuyo espiritualidad atrajo ciertamente a la joven Lucía y también a su hermano Giovanni, que ingresó en el convento y pronto se trasladó a Rieti, donde murió muy joven y, por este motivo, también se le conoce con el nombre de Beato Juan de Rieti (celebración el 1 de agosto). La más antigua de las fuentes «históricas» disponibles para trazar un perfil biográfico de la vida de la beata Lucía es la obra “Secoli Agostiniani”, publicada en Bologna en 1675 por Luigi Torelli, que más tarde utilizó Ludovico Jacobilli, pero ambos autores parecen alimentarse más de estereotipos que de acontecimientos históricos. De hecho, Torelli habla de la petición hecha por la joven Lucía a sus padres para poder entrar entre las terciarias agustinas «en la prisión que nuestras monjas tenían en Amelia»: pero en Amelia no había en el siglo XIV monasterio femenino agustiniano del que haya llegado alguna documentación. ¿Entonces? La conclusión lógica nos lleva inmediatamente a afirmar que se trata de una invención erudita, hagiográfica, del siglo XVII, creada por Torelli para dar cuerpo a su historia de la Orden, para hacer menos escasa la poca información que se conocía sobre la beata, que gozaba, ciertamente desde hacía siglos, de un culto popular muy extendido, atestiguado, sin embargo, sólo por documentos del siglo XVII y por numerosos exvotos conservados en la iglesia de San Agustín. Esto es lo que también afirma el P. Giovanni Lupidi en un pequeño volumen de Memorias Históricas, que apareció coincidiendo con el traslado del cuerpo a la iglesia de Santa Mónica.
Torelli, en cambio, sigue describiendo las mortificaciones y penitencias a las que se sometía la beata, pero se trata de un tópico, lugar común en muchas vidas de santos, enriquecido con leyendas y anécdotas hasta al menos mediados del siglo XX; y así el cronista agustino continúa hablándonos de la afabilidad de la beata, de sus múltiples virtudes que convencieron a sus hermanas a elegirla priora, aunque era una de las más jóvenes. Sin embargo, también en este caso la verdad histórica tal vez haya sido un poco forzada: no tenemos ningún documento contemporáneo que acredite la presencia de una comunidad estructurada de agustinas oblatas o terciarias o mantelatas. Sin embargo, podemos pensar que algún grupo de «terciarias» vivía realmente a la sombra del convento masculino: de hecho, justo en un rincón del ahora antiguo monasterio de Santa Mónica, la piedad popular siempre ha indicado la habitación donde la beata Lucía vivió y murió, y en cuyo interior había un cuadro de Giacinto Gimignani que la retrataba; luego, la partida de las monjas y la posterior inutilización del monasterio hicieron que este lugar querido por la antigua piedad popular de los amerinos cayera en el olvido.
La beata fue enterrada en la sacristía de la iglesia de San Agustín, en una tumba única y fácilmente reconocible, indicio seguro de la devoción que rodeaba a Lucía. Y pronto comenzaron a florecer milagros frente a la tumba, especialmente a favor de los niños «embrujados”, es decir, los afectados por el «mal de ojo» de algún envidioso, práctica que luego la Iglesia aprobó y apoyó, al menos cuando sus santos fueron invocados para erradicar ese mal.
Los documentos históricos, sin embargo, sólo comienzan en 1614 cuando el municipio de Amelia atestiguó mediante escritura pública que el cuerpo incorrupto de la beata «se conservaba en la sacristía de la iglesia de San Agustín y era considerado y venerado por todos los habitantes de la ciudad como la de una santa». Cuerpo que, en los años siguientes, fue exhumado de la tumba original, colocado en una urna de madera dorada y expuesto en un altar de la iglesia, donde permaneció hasta el 24 de abril de 1925 cuando, con una solemne ceremonia, fue depositado en una nueva urna y reubicada bajo un altar de la iglesia del monasterio de Santa Mónica, donde permaneció hasta los últimos acontecimientos descritos anteriormente.
Beato Simón de Casia (+ 1348)
Santa Rita 1457