Breve resumen de la Carta Apostólica del Papa Francisco, para la clausura del Año Santo de la Misericordia
Con estas dos palabras: “misericordia et misera”, S. Agustín comenta el encuentro de Jesús con la mujer adúltera (Jn 8,1-2). Expresión bella y coherente para expresar y comprender el misterio del Amor de Dios en el encuentro con el pecador. “Quedaron solo ellos dos: la miserable y la misericordia”. Esta bella lección de Jesús debe iluminar la conclusión del Jubileo de la Misericordia y el camino a seguir en el futuro.
La misericordia debe ser siempre celebrada y vivida en nuestras comunidades, no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que es su misión esencial.
Una mujer y Jesús se encuentran. Ella adúltera, según la ley merecedora de la lapidación, Cristo que con su predicación y el don de sí mismo, hasta la cruz, ha puesto en el centro el amor de Dios y mira al corazón de cada persona con ternura. Es un encuentro entre una pecadora y el Salvador. Jesús ha mirado a los ojos a aquella mujer, ha leído su corazón y ha reconocido en ella el deseo de ser comprendida, perdonada y liberada. La miseria del pecado ha sido revestida de la misericordia del amor. Jesús ayudará a la mujer a mirar el futuro con esperanza y la animará a encaminar su vida caminando en la caridad.
El perdón es el signo más visible del amor del Padre, que Jesús nos quiere revelar. Todo lo que es nuestra vida, colocada ante la misericordia de Dios queda arropado por el abrazo del perdón. La misericordia de Dios es un acto gratuito, es amor incondicional e inmerecido por nuestra parte, capaz de perdonando cambiar nuestra vida. El perdón nos llena de libertad y alegría. Las lágrimas del dolor y la vergüenza se cambian en sonrisa al sentirnos amados. Nuestro corazón se abre a la alegría y a la esperanza de una vida nueva. Experimentar la misericordia produce alegría.
Nuestra cultura vive inmersa en la tristeza y la soledad de un mundo tecnificado, lo incierto del futuro produce sobre todo en los jóvenes, melancolía, tristeza, aburrimiento, que pueden llevar a la desesperación. Se necesitan testigos de esperanza y de alegría y no dejarse arrastrar a paraísos artificiales y a felicidades fáciles y quiméricas, que solo producen vacío en los corazones. Hagamos vida el programa de esta Adviento: “Estad siempre alegres en el Señor”.
Hemos de vivir con fidelidad, alegría y entusiasmo la misericordia que Dios siempre nos regala:
- En la Eucaristía, se nos recuerda con mucha frecuencia: el Señor tiene misericordia de nosotros, que sale a nuestro encuentro y nos salva, toda la eucaristía nos invita a celebrar y dar gracias a Dios por su infinita misericordia con nosotros.
- En los sacramentos Dios viene a nuestro encuentro con su Amor, con su Bondad. De modo más palpable en el sacramento de la Reconciliación.
- En la Palabra de Dios, se nos comunica cómo Dios nos ama y nos regala su misericordia. La Biblia es la historia de la misericordia de Dios con su pueblo y en Jesús, nos muestra su cercanía y ternura.
Experimentemos el gozo del perdón y no nos encerremos en la tristeza de no querer ser perdonados, ni perdonar, que no triunfe el rencor, la rabia, la venganza que nos vuelve infelices.
Que los sacerdotes sepamos ser: acogedores, testigos de la ternura, solícitos, claros, disponibles, prudentes, generosos en los momentos de dispensar el perdón de Dios.
- “Consolad, consolar a mi pueblo”, que seamos esperanza para los que sufren y padecen, que no nos roben la esperanza que brota de Cristo Resucitado, mantengamos siempre la certeza que el Señor nos ama. Dios nunca está distante de nuestro dolor, el ánimo, un abrazo, una caricia, una oración, el silencio… son expresiones de la cercanía de Dios a través del consuelo que ofrecemos a los demás
Que llegue una palabra de consuelo a nuestras familias, para que vivan su amor de modo generoso, fiel y paciente. “El gozo del amor que se vive en la familia es también el júbilo de la Iglesia”. La alegría de los padres es el don de los hijos.
Hemos de vivir nuestra vida como camino al encuentro del Señor, no caminamos hacia un ciego destino, sino a vivir siendo felices junto a Dios. Y viviendo para siempre en su amor.
Termina el Jubileo pero la puerta de la misericordia de nuestro corazón debe permanecer abierta de par en par, transformando nuestros corazones. Reconozcamos el bien que hay en el mundo y sumémonos cada uno en la tarea de “pasar por el mundo haciendo el bien”. “Obras son amores”. No nos quedemos inmóviles: “Con-muévete”. Hagamos que crezca la “cultura de la misericordia”: desde el encuentro con el otro, venciendo la indiferencia ante el sufrimiento ajeno, con la oración, con la docilidad el Espíritu, con la imitación a los santos y nuestra cercanía a los pobres. Sepamos compartir con los que sufren.
“Este es el tiempo de la misericordia”, cada día de nuestra vida debería estar marcado por el reflejo de Dios y su misericordia en nosotros. Que los ojos misericordiosos de María, siempre vueltos a nosotros, nos ayude. Que nuestra dulce Madre del Socorro nos ampare y nos ayude a socorrer a los demás.