amorislaetitiaCapítulo 5º

El amor cuando es verdadero, es difusivo, se comparte y tiene como horizonte al otro. El amor siempre da vida por eso el amor conyugal no ha de reducirse a la pareja.

En la familia se acoge la vida, como don y regalo de Dios, experimentando la gratuidad, “los hijos son amados antes de que lleguen”, lo cual nos hace recordar que “Dios nos amó primero”. Cuando se trata de los niños que vienen al mundo, ningún sacrificio de los adultos será demasiado costoso, demasiado grande. El don de un hijo tiene como destino final la vida eterna y Dios siempre le reconocerá por el nombre que los padres hayan elegido para él.

La familias numerosas son una gran alegría para la Iglesia, al expresar la fecundidad generosa del amor dentro de una paternidad responsable.

En el embarazo la madre acompaña a Dios en el milagro de la nueva vida. Los padres “soñarán“ a su hijo en el embarazo, qué importante es que el hijo se sienta querido, esperado por su valor y dignidad inmensa por ser humano, por sí mismo, amado porque es hijo, aceptado sin condiciones, acogido gratuitamente como amor de Dios. “El amor de los padres a sus hijos es una chispa del amor de Dios”.

Para los hijos, es necesaria la presencia y el cariño del padre y de la madre para su desarrollo íntegro, con una personalidad y carácter rico, que valore la vida, les llene de confianza y les ayude a no caer en sentimientos de desamparo y orfandad. Todo niño debe verse, ver el mundo y los demás como “algo bueno” y así desarrollar su vida con estima, confianza y respeto.

Serán las madres las que desde los primeros años transmitan a sus hijos el sentimiento religiosos con imágenes agradables al niño, con gestos, oraciones sencillas.

Hemos de ser conscientes y ver el gran problema para el desarrollo de los hijos de una “sociedad sin padres”. Se impone la necesidad imperante de transmitir “un espíritu de familia”.

Las familias son buena noticia de Jesús con su testimonio de amor alegre y hacen presente el amor de Dios. Son “estatuas vivientes” del Dios del Amor, de la Ternura y Misericordia.

El amor de los hijos a sus padres, como nos señala el 4º mandamiento, encierra algo sagrado y divino. Respeto y amor que debe llegar a los mayores, a los abuelos, es necesario el abrazo entre los jóvenes y los ancianos, dándoles una vida digna y rechazando todo “descarte”. La atención a los ancianos en las familias es el termómetro de la calidad y de la integración de las familias y de un sano porvenir.

La relación entre los hermanos, se profundiza y madura con el tiempo, con una educación abierta a los demás, aprendiendo en una sana y alegre convivencia desde la fraternidad. Todo ello supone la experiencia del cuidado, la ayuda, la paciencia y el cariño entre los hermanos.

Capítulo 6º

La familia se convierte en Evangelio con el testimonio gozoso y alegre de su amor,  “que llena el corazón y la vida entera”. Las familias cristianas deben ser una apuesta fuerte y valiente con su amor generoso, estable, sólido y duradero.

Los jóvenes han de descubrir el valor, la belleza y la riqueza del matrimonio con el apoyo de toda la comunidad cristiana. Deben saber que el amor a otra persona no se improvisa, sino que supone un crecimiento, una formación, un acompañamiento que les ayude a madurar y a hacer del matrimonio una vocación de Dios. El amor supone siempre un acto de voluntad, de querer quererse, no debe quedarse en una mera atracción física, en una afectividad difusa o un mero sentimiento. El amor es algo dinámico, vivo que  ha de ir madurando y enriqueciéndose día a día, el amor es siempre proyecto a llevar hacia adelante un día como esposos con la gracia de Dios.

Capítulo 7º

A nadie se le oculta la influencia de los padres en el desarrollo moral de sus hijos. Los padres habrán de preguntarse con frecuencia: “cómo quieren que sean sus hijos”. Esto pide de los padres actitudes de cercanía, de confianza, deben cuidar sus amistades, los lugares que frecuentan, el uso que hacen de los medios de comunicación, internet y otros canales de comunicación. El abandono y dejadez  de los padres nunca es sano para los hijos. Los padres deben saber dónde están sus hijos, no solo físicamente, sino existencialmente: cuál es el sentido de su vida, cuáles son sus valores y opciones, qué objetivos, deseos y proyectos se marcan para sus vidas.

A los hijos se les debe educar en una libertad responsable. Estas tareas de los padres no las pueden delegar completamente en la escuela, ni caer en un abandono afectivo. Los padres que quieren siempre y en todo la felicidad de sus hijos, deberían tener muy presente el aviso de S. Agustín: “Solo lo que hace al hombre bueno, puede hacerlo feliz”.

Es necesario educar y desarrollar buenos hábitos de conducta, buenos sentimientos, inculcarles razones para vivir, amar y esperar. Vocabulario imprescindible en la familia, será; “Por favor”, “Permiso, puedo” y “Gracias”. Los padres tanto a los niños como a los adolescentes deben hacerles ver las consecuencias de sus acciones. Las correcciones y sanciones se deben hacer con amor. Es necesario educar a los niños en la capacidad de esperar, frente al  “lo quiero aquí y ahora”. Es necesario romper el egoísmo con actitudes de escuchar, compartir ayudar y saber convivir.

Las catequesis puede ser una gran ayuda para las familias, se debe reavivar la unión entre familia y escuela y entre familia y comunidad cristiana, en estos ámbitos los niños y jóvenes aprenderán a mirar  al mundo con la mirada de amor de Jesús de Nazaret y a hacer de sus vidas un servicio a Dios y a los demás. La educación y la transmisión de la fe, deben complementarse. “Aprendí de vosotros a llamar a Dios Padre”. En el hogar los hijos deben percibir la belleza, las razones para creer, ayudar a los demás, se debe enseñar a rezar, a vivir los sacramentos y sobre todo la eucaristía en familia.

Sabemos que la fe es un don de Dios, pero los padre son instrumentos para su crecimiento. Las familias han de ser siempre y en todo, lugar de catequesis. “Iglesia doméstica”, debe ser evangelizadora con la alegría de su amor, debe ser sacramento, icono del amor y la misericordia de Dios, que se nos ha manifestado en Jesucristo.

Toda familia debe vivir en tensión de ser más y mejor, a imagen de la Sagrada Familia de Nazaret, donde deben mirarse con frecuencia. “¡Caminemos familias, sigamos caminando!”.

José Luis Ovejero