7 de febrero. Memoria del beato agustino Anselmo Polanco, mártir, obispo de Teruel

El P. Anselmo Polanco nace el 16 de abril de 1881 en Buenavista de Valdavia (Palencia-España). Cursó los primeros estudios en la escuela del pueblo, ingresando después en el Real Colegio Seminario de Valladolid, donde recibe el hábito agustiniano el 1 de agosto de 1896, de manos de su tío, el P. Sabas Fontecha.

Después de una temporada en Alemania formándose en cuestiones relacionadas con la educación, regresa a España para dedicarse a la dirección espiritual y a la enseñanza de Teología. En este tiempo ejerce durante unos años de Prior Provincial de la Provincia Agustiniana de Filipinas.

Como Prior Provincial visita las misiones agustinas de Filipinas, China, EE.UU, Colombia y Perú. Y es en China donde queda muy sorprendido cuando, en la misión de Lichow, oye por primera vez cantar a los chinos el conocido himno eucarístico “Cantemos al Amor de los Amores” en lengua castellana, letra del poeta agustino español, P. Restituto del Valle, contemporáneo suyo.

El papa Pío XI le nombra, el día 21 de junio de 1935, obispo de la diócesis de Teruel y Administrador Apostólico de Albarracín, donde desarrolla una intensa labor pastoral.

Al estallar la guerra civil española, en 1936, decide voluntariamente quedarse en Teruel, acompañando a sus feligreses en esa situación de conflicto bélico y, en el caso de la Iglesia Católica, de persecución religiosa. Todo se agrava entre el 15 de diciembre de 1937 y el 22 de febrero de 1938, cuando tiene lugar la Batalla de Teruel. Mons. Anselmo Polanco celebra, el día 1 de enero de 1938, su última misa en el seminario de Teruel y, el 8 del mismo mes, es apresado, permaneciendo arrestado durante trece meses.

El 7 de febrero de 1939, con el resto de mártires del grupo, Mons. Anselmo es maniatado y llevado en un camión hasta Can Tretze, donde se les obliga a subir a pie hasta el lugar de suplicio. En tres tandas de fusilamiento caen los cuerpos al barranco. Entre ellos se encuentra también el del Vicario General de su diócesis, el presbítero don Felipe Ripoll. De esta manera, Anselmo y Felipe, rubrican con su sangre su fe en Cristo y su fidelidad a la Iglesia.

San Juan Pablo II presidió la canonización de ambos apóstoles de la fe, sellada con su martirio, el 1 de octubre de 1995.

La memoria del beato Anselmo es una invitación a los hijos de San Agustín a vivir con integridad nuestra vocación de pastores, que caminamos unidos al pueblo que nos ha sido encomendado, entregando nuestra vida sin límite alguno, en disposición de servicio y de caridad.