17 de enero

La devoción a San Antonio, abad, es singular en la Isla de Mallorca. En muchos pueblos de la Part Forana, e incluso en Ciutat, se hace memoria viva de este santo anacoreta, en su fiesta del 17 de enero, por la tradición de considerarlo patrón y protector de los animales. Son famosas las bendiciones de animales que se realizan en distintos pueblos de la Isla y en la ciudad de Palma.

El abad Antonio nace en una población del alto Egipto, al sur de Menfis, hacia el año 250, hijo de unos agricultores acomodados. Al morir sus padres, entregó sus bienes entre los necesitados y se retiró en soledad al desierto, donde llevó vida de ermitaño, dedicando su vida a la oración, el estudio y el trabajo manual, para su sustento. Pronto tuvo seguidores, que querían seguir su estilo de vida, fundando para ello un monasterio y, más tarde otro, a las orillas del Nilo.

La vida eremítica, de gran penitencia, conducía a una búsqueda incesante de Dios, viviendo sin seguridades y en constante tensión de la caridad, de vivir el amor de Dios, como peregrinos de su misericordia. La mortificación o penitencia era una vía o camino de ayuno, oración, humildad y buenas obras, que identifican al eremita con el Señor Jesús.

San Antonio tuvo muchos discípulos y para ellos organizó comunidades, donde se vivía el ideal eremítico. Fue gran amigo de San Atanasio de Alejandría y le ayudó en su lucha contra la herejía arriana; de hecho en varias ocasiones fue reclamado por los obispos, para defender la doctrina católica con su enseñanza. Fue amigo también de otro famoso ermitaño del desierto de la Tebaida, San Pablo de Tebas.

Murió muy anciano, se cuenta que a la edad de 105 años, en el año 356, lleno de virtudes y con fama de santo. Su culto se extendió muy rápido por Oriente y Occidente, encomendándose a él poblaciones enteras en tiempos de epidemias. Su cuerpo se conserva, gracias a que fue descubierto en el 561, en tiempos del emperador Justiniano, recibiendo culto en Alejandría, y de aquí a Constantinopla en el 635, cuando la dominación árabe de Egipto. En el siglo XI fueron trasladadas a Francia, donde se conservan, cerca de Arlés.

Es venerado como patrón de los tejedores de cestos (labor ésta muy común entre los ermitaños antiguos), los ganaderos (es patrón de muchísimos pueblos de tradición agrícola) y los cementerios (porque durante una época vivió su soledad en un cementerio, dando el valor justo la vida humana desde la confesión cristiana de la resurrección). Especial protector de los amputados, los fabricantes de cepillos, los carniceros, los enterradores, los ermitaños, los monjes, los porquerizos y los afectados de eczema, epilepsia, ergotismo, erisipela, y enfermedades de la piel en general. Pero donde destaca su devoción es en el cuidado y protección sobre los animales domésticos, pues se conservan anécdotas, en forma de apotegmas, del especial cuidado de Antonio con los animales, él que fue un hombre amante de la naturaleza, como obra de Dios.

En la ciudad de Palma la devoción a San Antonio, abad, se extiende también por la presencia de los Hermanos Hospitalarios de San Antonio, que tuvieron hospital en la calle San Miquel, donde trataban a la población de diversos males, entre ellos el más conocido el del Fuego de San Antón, que es como se conocía habitualmente la enfermedad llamada ergotismo, producida por el cornezuelo del centeno.

Su vida y doctrina la conocemos por su amigo San Atanasio, que escribió su biografía, la Vita Antonii, un año después de fallecer el santo abad. Y esta vida tuvo gran difusión, al traducirse al latín el año 388 por Evagrio de Antioquía. Esta es la vida de San Antonio que tanto influyó en el proceso de conversión de San Agustín, como él mismo nos narra en Las Confesiones (8. 12. 29):

Porque había oído decir de Antonio que, advertido por una lectura del Evangelio, a la cual había llegado por casualidad, y tomando como dicho para sí lo que se leía: Vete, vende todas las cosas que tienes, dalas a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y después ven y sígueme (Mt 19,21), se había la punto convertido a ti con tal oráculo.

Así que, apresurado, volví al lugar donde estaba sentado Alipio y yo había dejado el códice del Apóstol al levantarme de allí. Lo tomé, lo abrí y leí en silencio el primer capítulo que se me vino a los ojos, que decía: No en comilonas y embriagueces, no en lechos y en liviandades, no en contiendas y emulaciones sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no cuidéis de la carne con demasiados deseos (Rm 13,13).

No quise leer más, ni era necesario tampoco, pues al punto que di fin a la sentencia, como si se hubiera infiltrado en mi corazón una luz de seguridad, se disiparon todas las tinieblas de mis dudas.

Con esta belleza describe San Agustín en Las Confesiones el impacto de la Palabra de Dios en su corazón de inquieto buscador de la verdad, a la luz del testimonio de otro gran convertido, como fue San Antonio, abad.