Y vuelve, imparable. Comienza un nuevo año litúrgico, un nuevo ciclo, de memoria y celebración de los misterios de Cristo, del único misterio que es ÉL. La iglesia se emplea en activar la esperanza, puestos sus latidos en tensión de asombro. Espera activa de las fiestas de la Natividad de Jesús y espera tensa en su vuelta definitiva, el final del tiempo, la manifestación plena de la victoria de Cristo como Juez y Señor de la historia.

Así lo vivimos, caducando el año 2022, y pasaron los meses, hasta doce, sucediéndose las estaciones, cumpliéndose los días y mancándose las horas. Activamos la esperanza, removimos los cimientos de nuestra fe, lanzamos propósitos de caridad… y el mundo -¡ay!- caducando 2023 no está mejor de lo que deseamos entonces, hace un año. Vivimos el asombro, entonamos los cantos de la liturgia, reorientamos compromisos, gastamos fuerzas y sudores… y el mundo -¡ay!- sigue sangrando en nuestras calles y plazas. Hasta han crecido el odio y los campos de batallas. Y hay cristianos confusos, cansados, desorientados, tristes… Y el Adviento está aquí, llamando una vez más a nuestras puertas y nuestros corazones.

Nos negamos a confesar que todo esto es un círculo cerrado, que la historia se repite. Quien cree en Jesús confiesa que la historia es lineal y todo cuanto acontece está orientado hacia la manifestación gloriosa de la realeza de Cristo, de su señorío sobre el universo, de su victoria en el corazón y la mente de todos aquellos que confiesan su Nombre. No, no está el secreto en el esfuerzo del hombre, menos aún en las agendas de los poderosos. Entre otras cosas porque no hay secreto, que todo nos fue revelado en la Palabra hecha carne. Que todo es gracia y que el esfuerzo del hombre, construyendo la paz y la concordia, la libertad y la ternura, la justicia y la caridad, es necesario porque Dios así lo quiere: contar con toda nuestra capacidad creadora, con toda nuestra capacidad de pensar y de sentir, de amar y de esperar. Es Adviento.

Por eso: volveremos a empezar el año nuevo, seguiremos desgañitándonos en pronunciar su Nombre bendito entre los entresijos de esta historia nuestra. No, no nos robarán la esperanza a los que creemos en Jesús, no desgastarán nuestras ganas de transformar el mundo a mejor anunciando y viviendo las bienaventuranzas, las obras de misericordia; no podrán con toda la intensidad de la fe cristiana. Seguiremos en lucha de caridad, seguiremos en la brecha de la esperanza. Y será la luz.

Como siempre nos acompaña la ternura de María, su efectiva maternidad sobre los que creen y confiesan a su hijo, la fiel custodia de San José. Es Adviento y la Iglesia camina en la esperanza.

fr. JM. Rector del Socorro