Seguro que muchos recordamos el dicho de nuestros años más jóvenes: “Tres  jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y el día de la Ascensión”. Por distintos motivos esta festividad se trasladó del jueves al domingo. Acaso también recordemos que en esta festividad de la Ascensión se celebraban las Primeras Comuniones hace ya años.

La solemnidad de la Ascensión, subida de Cristo a la derecha del Padre, nos produce un doble y contrapuesto sentimiento. Un sentimiento de orfandad: Jesús sube al cielo y nos deja en este valle oscuro sin su presencia física; y otro sentimiento, más real y apropiado, como es la confianza que Jesús deposita en nosotros, los cristianos para continuar su misión y tarea de hacer real el Reino de Dios. El primer sentimiento lo expresa nuestro hermano agustino, Fray Luis de León, en su conocida Oda a la Ascensión, que figura como himno en el rezo de las Vísperas. El segundo sentimiento aparece en el himno de Laudes de esta misma fiesta. 

¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo valle, obscuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire te vas al inmortal seguro?
 
Los antes bienhadados
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿A dó convertirán ya sus sentidos? (…)

Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura? (…)
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ¡ay!, nos dejas!
 

El himno-canción de Laudes, dice así:
 
“No, yo no dejo la tierra.
No, yo no olvido a los hombres”.
Aquí, yo he dejado la guerra;
arriba, están vuestros nombres. (…)
 
El gozo es mi testigo.
La paz, mi presencia viva,
que al irme, se va conmigo
la cautividad cautiva.
 
El cielo ha comenzado.
Vosotros sois mi cosecha.
El Padre ya os ha sentado
conmigo, a su derecha..
 
 Partid frente a la aurora.
Salvad a todo el que crea.
Vosotros marcáis mi hora.
Comienza vuestra tarea.

La Ascensión, no es dejarnos como “niños huérfanos”, sino como adultos responsables y con el compromiso alegre de dar comienzo a nuestra misión, de “tomar el relevo”, de saber que “ha llegado nuestra hora”. Hemos de asumir nuestra tarea de ser evangelizadores en las familias, entre nuestras amistades, en nuestro trabajo. Seamos portadores de la Buena Noticia con entusiasmo. ¡¡Cristo vive!! Y debe animar nuestro vivir, siendo mensajeros de la paz, la justicia y el amor. Extendamos la misericordia que Dios ha derramado en nuestros corazones. Que así sea.

P. José Luis Ovejero, OSA