Puerta a la Semana Santa, en la que se celebran los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Días agolpados en los que el alma cristiana, en asamblea, en comunión de Iglesia, confiesa la verdad central de la fe: Cristo ha muerto por nuestros pecados y ha resucitado para nuestra salvación. La Cruz, misterio insondable, el sacrificio, la entrega, la obediencia del Hijo al proyecto del Padre para la redención del género humano.
Toda la aventura, todo el drama de la existencia humana, todo gozo, todo dolor, todo límite, todo esfuerzo, toda sonrisa, todo proyecto, toda esperanza, todo latido, todo, todo, todo… cuanto somos y podemos ser encuentra la razón y el sentido pleno en la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Todo en ÉL.
Jerusalén, Jerusalén, llega la Hora: “Así habla el Señor: Me volveré a con piedad; allí será reconstruida mi Casa –oráculo del Señor de los ejércitos– y la cuerda de medir será tendida sobre Jerusalén.” (Zac 1,16). 500 años antes de la venida de Cristo, el profeta Zacarías cantó: “¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna.” (Zac 9,9). Se cumple el oráculo de la Escritura. Se anticipa la victoria de Cristo sobre la muerte. Los ramos son el símbolo de la victoria, señal de triunfo. Jesucristo entra como un rey y es aclamado como tal por el pueblo: “¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!” (Mt 21,9). Cinco días más tarde ese mismo pueblo gritará “¡Que muera este hombre!” (Lc 23,18), “¡Crucifícalo, crucifícalo!” (Lc 23,21).
Domingo de Ramos, anticipo de la Pascua y del triunfo de Jesús, y –al mismo tiempo- inicio de su pasión y muerte. Y en medio de este ahora de pandemia, de miedo y confusión; cuando el mundo une el amargo sabor de la derrota inesperada y la esperanza incierta en vacunas improvisadas para salvar –en lo posible- a esta humanidad herida, volvemos nuestros ojos y nuestro corazón creyente a Jesús. Es Domingo de Ramos. Y confesamos: todo, absolutamente TODO, instaurado en ÉL, en ÉL configurado. Hágase su voluntad. Su victoria es nuestra victoria. ¡¡Gloria a ÉL por siempre!!!