Como siempre: penitencia, silencio, desierto, ayuno, abstinencia, reconciliación, perdón, misericordia, via crucis; cercanía más frecuente e intensa a la Palabra, retiros, reflexiones, ideas, palabras…
Hoy marcados por la enfermedad, la confusión, el miedo, las estadísticas, las vacunas, las mascarillas o cubre bocas, la distancia entre unos y otros, las precauciones, los protocolos…
Hace días, muy temprano, paseaba por esta Bahía. Amanecer levemente nublado. Nadie en las calles. A lo lejos, figuras borrosas de personajes que caminaban en silencio. Los comercios cerrados, lo están todo el día, todos los días desde hace tiempo, como bares y restaurantes. Apenas circulaban coches. Nadie o casi nadie. Y el silencio se ahondaba en las honduras del alba. ¿Quién entiende lo que nos está pasando? Se amontonaban nombres de amigos y conocidos. Los nombraba despacio. Unos, víctimas de enfermedades asesinas, sino de cáncer, de covid. Otros, aplastados por la debilidad, por la fragilidad. Alguno estuvo entubado días en la UCI. Este arruinado, sin recursos por esta crisis del virus que va más allá de la salud. Aquél nublado como esta mañana, asfixiado por un erte o un ere tan asesinos como el covid. Y no hay vacunas. Aquel otro asustado por la vacuna que no llega, a pesar de promesas y programas.
Hace tiempo, cuando empezó este drama de pandemia, dejé de seguir las noticias manipuladas y manipuladoras, conformándome con los vacíos titulares de la prensa. Bastantes noticias nos llegan, día a día, de situaciones cercanas, pegadas a nuestra vida, dramáticas o difíciles, que las distinguimos; cuando no, lágrimas de confusión, de miedo, de desesperanza.
Garantizo que no calma un paseo en la mañana, colmado de silencios, la suma inacabable de interrogantes. Y las nubes aquel amanecer, incluso, ocultaban el sol que suele bañar esta Bahía de luz y calma. Y estamos en Cuaresma…
Penitencia. Y habrá quien se rompa la cabeza buscando pequeños e insignificantes sacrificios para satisfacer las exigencias cuaresmales. Penitencia, que nos circunda e invade las honduras de la razón y los latidos. Respiraba profundo, por ver si el aire purificaba más allá de los pulmones. Los pasos no se hacían pesados a pesar de tanto interrogante. Y me dije: pero si tú tienes que hablar de esperanza y tienes que sentirla dentro, sin tanta confusión de ideas y sentimientos. Y es verdad, aunque en el horizonte se vislumbre el Gólgota, que la fe es confiar a corazón abierto en la Palabra de Vida. Más aún: la fe es confiar en Aquél que da sentido a todo lo que somos; que nos configura, nos descubre sin máscara, nos ama sin límite, nos cuida y protege y anima. Y al final no fueron respuestas lo que fui encontrando, sino la serena certeza de que no vamos solos y esto que pasa y que nos pasa tiene sentido, aunque nos lo oculten las nubes discretas que oscurecían los cielos en mi paseo por la Bahía.
Y estamos en Cuaresma, pensé, convencido –como me dijeron hace días- que hay que gastar zapatos más que sillones; que hay que ir hacia los otros para ser cercanía, compasión y consuelo; bálsamo de esperanza para tanto grito. El papa Francisco tiene razón: hemos de encarnar, hacer carne, verdad, latido, una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante. La historia no termina con nuestros errores, nuestras violencias e injusticias, ni con el pecado que crucifica al Amor. Significa saciarnos del amor del Padre, esperar en Jesús, confiar en ÉL.