Se acercan los días grandes de la fe y la piedad cristianas. En ellos se concentra el misterio o los misterios que nos dieron nueva vida con la entrega obediencial del Verbo hecho carne. Todo Dios encarnado, el Dios hecho hombre, hecho un despojo humano a causa del odio y del rechazo de los poderosos, de los hombres religiosos de su tiempo. La vieja ley frente al mandamiento nuevo, y ambos brotaban de Dios, de su cuidado y ternura para con el pueblo. Dos alianzas, o la misma, pero la segunda radical, en clave de bienaventuranzas, de amor al prójimo. Un amor exigente, directo, vivo, práctico, real.

Sabéis que se os dijo: “Ama al prójimo como tú te amas a ti mismo”. Y el amor tuvo la medida de tu propio cuidado. Como a ti te respetas, como a ti te cuidas, respeta y cuida a tu hermano. Pero en la alianza nueva, sellada con la Sangre redentora del Hijo eterno del eterno Padre, el amor toma medidas insospechadas. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado…”.  Y, desde entonces, el amor no tiene medida. El amor tiene sabores de Gólgota, de Cruz, de infinitud inalcanzable. Y no jugaba con nosotros, no. “Como yo os he amado”.

Imposible, Señor. No marques imposibles. ¿Cómo tú nos has amado? ¿Cómo tú me amas? Así os quiero… “Conocerán que sois discípulos míos si os amáis como yo os he amado, como yo os amo”.

  • Señor, se está hundiendo la familia cristiana…
  • Nos hemos cargado los valores y la cultura…
  • No hay maestros, no hay testigos, no hay valores…
  • El matrimonio se desmorona y es atacado…
  • No hay profesionales auténticos, son mercaderes de nada…
  • No hay vocaciones sacerdotales….
  • Los conventos se van quedando vacíos…
  • Los jóvenes, Señor, los niños…
  • La droga, Señor, el alcohol, el drama…

Y desde Getsemaní, desde el Gólgota, desde la Cruz… hay como un eco eterno que se repite sin descanso en medio de esto que llamamos historia. Un eco cargado –es verdad- de dolor, pero transido de esperanza: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Dejaos de discursos, de proyectos, de cálculos, de propósitos, de planes, de sueños irrealizables; incluso: dejaos de homilías y sermones. Basta de palabras y buenismo en intenciones; basta de titulares de prensa y propuestas y sondeos y planificaciones y diseños y fotocopias… Dejad el vacío en el que os precipitáis para garantizar vuestro futuro, que se aleja de mí, cuando huis de la cruz y de vuestra responsabilidad en responder a mi entrega radical. Os espero, porque os necesito, pero sólo –¡y basta!– en esta locura del amor sin límite ni medida. Gastaos los unos por los otros; perded el tiempo en los demás; dedicad intenciones y atenciones en las necesidad de los otros; dejad de pensar en vosotros mismos; morid un poco a vosotros. Vivid en el otro, sed en el otro, creced en el otro. De una vez por todas, por la fuerza de mi alianza nueva y de mi Sangre derramada en la Cruz, cargad con vuestro yugo, que es suave, cargad con la cruz de cada día y seguidme por la senda nada fácil del amor que todo lo entrega, que todo lo da, que todo lo espera… Aquél que disculpa sin límite, cree sin límite, espera sin límite, aguanta sin límite… El amor que no pasa nunca.

Que ese ECO eterno invada nuestro corazón en estos días santos en que revivimos su pasión, muerte y resurrección. ¡¡Feliz Pascua!!