Cada domingo posterior al domingo de la Resurrección del Señor conmemoramos la fiesta de la Divina Misericordia. Es una fiesta nueva en la Iglesia, que tiene la particularidad de haber sido solicitada por el mismo Jesucristo a través de Santa Faustina Kowalska, religiosa polaca del siglo XX, quien murió en 1938 a los 33 años de edad.

Sor Faustina fue canonizada por San Juan Pablo II, precisamente en una fiesta de la Divina Misericordia. Nos dijo el Papa santo que esta paisana suya, Sor Faustina, recibió gracias especialísimas a través de la oración contemplativa, para comunicar al mundo el conmovedor misterio de la Divina Misericordia del Señor. “Dios nos habló a través de Sor Faustina Kowalska… invitándonos al abandono total en El”, nos dijo el Papa.

En el Evangelio de San Juan dice Jesús al apóstol Tomás: “Dichosos los que crean sin haber visto”.  La fe es la virtud sobre la cual se funda la esperanza. De la fe brota la confianza y ésta nos lleva a la esperanza. La confianza es esencial para poder aprovecharnos de las gracias de la Misericordia de Dios.

La confianza está en la esencia de la devoción a la Divina Misericordia. La confianza es esa actitud que tiene el niño que en todo momento confía sin medida en el amor misericordioso y en la omnipotencia de nuestro Padre, Dios.

La confianza es una consecuencia directa de la fe: no hay verdadera fe si no hay confianza.

¿Cómo podemos acogernos a la Misericordia divina?

Pues viviendo la comunión eclesial, viviendo el gozo de la reconciliación, acercándonos al sacramento del perdón y la penitencia, y recibiendo con sincera piedad el sacramento de la comunión; renovando –en una palabra– nuestra adhesión personal a Jesucristo, uniéndonos a ÉL en una comunión verdadera con nuestra vida, con nuestro esfuerzo, con nuestro compromiso cristiano, con nuestra esperanza.

La comunión con Jesucristo producirá en nosotros efectos vivos de su misericordia, para todos aquellos con los que convivimos, realizando obras de misericordia hacia los demás. Es decir, esta devoción a la Divina Misericordia nos lleva a un aumento de las tres grandes virtudes, la llamadas virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, con lo que podremos activar en nuestra vida el ejercicio de las obras de misericordia:

  • Enseñar al que no sabe.
  • Dar buen consejo a quien lo necesita.
  • Corregir al que yerra.
  • Perdonar las injurias.
  • Consolar al triste.
  • Sufrir con paciencia los defectos de los demás.
  • Rogar a Dios por vivos y difuntos.
  • Dar de comer al hambriento.
  • Dar techo a quien no lo tiene.
  • Vestir al desnudo.
  • Visitar a los enfermos y presos.
  • Enterrar a los muertos.
  • Redimir al cautivo.
  • Socorrer a los pobres.

 

La fiesta de la Divina Misericordia nos invita a creer sin ver, a confiar sin medida y a amar con la misericordia del Señor.

Aprovechemos las gracias que en esta fiesta especialísima nos quiere dar Jesucristo. Acojámonos a su Divina Misericordia, recibiendo su perdón y sus gracias, y aprendamos con esta devoción, que con tanta solicitud expandió en la Iglesia Universal el Santo Padre Juan Pablo II, a renovar nuestro deseo de seguir a Jesucristo, a entrar en comunión profunda con su Corazón de misericordia y a ser nosotros mismos misericordiosos. Y que todo sirva para bueno, para nuestra salvación y la salvación del mundo.