Fue con motivo de la inauguración de la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la Familia (4 de octubre de 2015), cuando el Papa Francisco hizo una profunda reflexión sobre el drama de la soledad de las personas, en medio de un mundo que vive la paradoja de estar globalizado y en el que son cada vez más los que están solos.

Francisco dijo que la soledad es “el drama que aún aflige a muchos hombres y mujeres” de nuestro tiempo que “vive la paradoja de un mundo globalizado en el que vemos tantas casas de lujo y edificios de gran altura, pero cada vez menos calor de hogar y de familia”.

En este mundo tan autosuficiente aparecen “muchos proyectos ambiciosos, pero poco tiempo para vivir lo que se ha logrado; tantos medios sofisticados de diversión, pero cada vez más un profundo vacío en el corazón; muchos placeres, pero poco amor; tanta libertad, pero poca autonomía”.

Son cada vez más las personas que se sienten solas, y las que se encierran en el egoísmo, en la melancolía, en la violencia destructiva y en la esclavitud del placer y del dios dinero”.

Cada vez se ve menos seriedad en llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la buena y en la mala suerte”.

El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado. Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social”.

Recordó el Papa a “los ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y sus propios hijos; en los viudos y viudas; en tantos hombres y mujeres dejados por su propia esposa y por su propio marido” y a tantas y tantas personas “que de hecho se sienten solas, no comprendidas y no escuchadas; en los emigrantes y los refugiados que huyen de la guerra y la persecución; y en tantos jóvenes víctimas de la cultura del consumo, del usar y tirar, y de la cultura del descarte”.

Y releyendo estas ideas del Papa sobre la soledad, pensé en que él, a veces, con esa sucesión injusta de críticas que a veces rodea sus gestos y sus palabras, sobre los hombros del Pastor puede caer el peso de un dolor y soledad, ante Dios y su conciencia, que hace que con inusitada frecuencia pida y repita que se rece por él, que desde el primer momento nos confesó su fragilidad.

Rezar por el Papa, encomendar su vida, su salud y su ministerio a la bondad y la ternura de Dios, es un acto de caridad con toda la Iglesia. Pedirle al Señor que lo ilumine y lo sostenga, que nunca se sienta solo, que cuenta con nuestro amor sincero y nuestra comunión profunda; que como Padre sienta la unión de todos sus hijos en torno a él, que ha de escuchar con hondura el querer de Dios, aquí y ahora, para ser vínculo de unión de todas las comunidades cristianas, garante de la doctrina firme y segura que nos ha sido revelada, defensor del depósito de la fe.

Rezar por el Papa y, de manera muy especial encomendarle a la intercesión, a la protección y amparo de la Virgen María, de la que siempre se ha manifestado ferviente hijo. La devoción a la Virgen del Papa Francisco está más que expresada en múltiples momentos: en sus palabras, en sus gestos sencillos de piedad ante la imagen de María. Ella le asiste y acompaña como buena Madre de la Iglesia. La Virgen cuida del Papa.

Bueno sería que cada uno de nosotros, cristianos de a pie, diariamente, renovemos nuestro amor al Papa Francisco y con verdadera confianza pongamos en las manos de la Virgen la vida, la salud y el ministerio del Pastor universal de la Iglesia, para que el Espíritu le asista con sus dones magníficos, para bien de toda la comunidad cristiana. Que el corazón de Francisco sienta siempre nuestra comunión y nuestro amor.

fray JM, Rector del Socors