Todo el contenido de «Las Confesiones» puede resumirse en lo que dice Agustín cuando se dirige a Dios: «Nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti». Esta frase, señores y amigos míos, se hará inmortal. Contiene la esencia de la religión El Conde Bonifacio ha mencionado antes el evento que nos conmocionó a todos hace dieciocho años: la caída y el saqueo de Roma. Muchos pensaban, en efecto, que aquello era el fin del mundo. Y muchos más –millones– que la causa estaba en el olvido de los viejos dioses y la aceptación del cristianismo. Contra ellos se alzó una voz, la de Agustín, que puso en pie de guerra un ejército de veintidós legiones: los veintidós libros de La Ciudad de Dios, un compendio de todo: historia, filosofía, teología, apologética, moral… Comienza con la caída y el saco de Roma y termina con las trompetas del juicio final. Y el protagonista de la obra es Dios. Allí se exponen todos los conocimientos y se condenan todas las supersticiones, se habla de la guerra y se predica la paz. Allí, Agustín, como un Goliat, derriba los ídolos de oro y los hace caer para siempre. Pero, sobre todo, describe dos ciudades opuestas: la Ciudad de Dios y la Ciudad del Diablo; la primera fundada en el Amor de Dios y en el desprecio de uno mismo; la segunda, en el amor propio y el rechazo de Dios… Os juro que doy gracias a Dios por haber vivido lo suficiente para leer este libro.
Louis de Wohl, Corazón inquieto, 11ª ed., Madrid 2001, p. 234.