La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de la comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos (LG, 50) y también ofreció por ellos oraciones pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos, para que se vean libres de sus pecados. Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor” (Catecismo, 958).

Así expresa el Catecismo de la Iglesia Católica la piadosa costumbre de hacer memoria y ofrecer sufragios por los seres queridos ya difuntos y por todos los difuntos en general. Los sufragios (oraciones, sacrificios, actos de caridad y misericordia) son la súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de los fieles difuntos, los purifique con el fuego de su caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.

Los sufragios por los difuntos son una expresión viva de la fe en la Comunión de los Santos, que confesamos en el Credo. Entre los sufragios el de mayor valor y significatividad es –sin duda– la celebración del sacrificio eucarístico, ofrecido en memoria de los seres queridos y las almas del Purgatorio, pidiendo al Señor por su plena salvación. Al sacrificio eucarístico se unen otras expresiones de piedad como oraciones, sacrificios, limosnas, actos de caridad y obras de misericordia ofrecidos por esta intención e indulgencias aplicadas en favor de las almas de los difuntos.

San Agustín en Las Confesiones (IX, 11) recoge las palabras de su madre, Santa Mónica en el lecho de muerte  “Depositad este cuerpo mío en cualquier sitio, sin que os dé pena. Sólo os pido que dondequiera que estéis, os acordéis de mí ante el altar del Señor.

Es verdad que en cada celebración de la Eucaristía la Iglesia renueva la ofrenda y la plegaria de Jesús al Padre, para la salvación del género humano. Esta intención universal no excluye las intenciones particulares del sacerdote y de cada uno de los fieles que participan en la celebración. Ofrecer una Misa por los difuntos renueva la fe y la esperanza en quien la ofrece y es una obra de caridad, pues alcanza sufragios en beneficio de la salvación de los seres queridos ya fallecidos. Nuestros familiares, amigos y bienhechores difuntos, se confían así a nuestra memoria y nuestro afecto, en la esperanza de la resurrección.