10 de septiembre

La vida de san Nicolás de Tolentino (c. 1245-1305) está firmemente documentada, gracias al proceso de canonización del santo, iniciado en 1325, a los veinte años de su muerte, pudiendo testificar en él 371 testigos, en lo que fue considerado un “verdadero plebiscito” popular del reconocimiento de la santidad de este religioso agustino.

La primera biografía del santo es obra de un contemporáneo suyo, Pedro de Monterrubiano, que presenta una vida de fuerte carácter hagiográfico. A partir del siglo XX, gracias la edición crítica del proceso de canonización, publicado en 1984, y los estudios de los PP. Concetti, Gentili y Trapé, podemos decir que contamos con el perfil verdadero del hombre, del religioso, del contemplativo y del apóstol, que fue Nicolás de Tolentino. En 2005 el P. Pablo Panedas, agustino recoleto, publicó una nueva biografía (El Santo de la Estrella. San Nicolás de Tolentino), con marcado rigor histórico, encuadrando al personaje en su época y resaltando la luz de su santidad. Utilizamos esta obra para trazar, a grandes rasgos, su vida.

San Nicolás de Tolentino.

Nació en Sant’Angelo in Pontano (Macerata), en la Marca Ancona italiana, c. 1245. Sus padres, Compagnone y Amata, con fama de cristianos buenos entre las gentes del pueblo, después de varios años de matrimonio sin hijos, peregrinan al sepulcro de San Nicolás de Bari pidiendo la gracia de la fecundidad. Al fruto de esa espera le pondrán el nombre del intercesor implorado: Nicolás.

Su formación comienza en la escuela parroquial de su pueblo, colegiata de San Salvador, a cargo de una comunidad de canónigos regulares. Es posible que incluso, en torno a los 10 u 11 años ingresara interno en esta comunidad, en calidad de oblato. Pero, al parecer, movido por la predicación itinerante de un ermitaño agustiniano, decide –con el visto bueno de sus padres- ingresar en calidad de “oblato” en otro monasterio de Sant’Angelo, perteneciente a unos monjes ermitaños de tradición agustiniana, que formaban la Congregación de Bréttino, de gran penitencia, dedicados al ministerio de la predicación y la confesión. Estos ermitaños serán llamados a formar parte de la Orden de San Agustín, en su nueva configuración jurídica en 1256, en la llamada “Gran Unión”.

Con estos ermitaños Nicolás proseguirá sus estudios, para ingresar en 1260, con 15 años, en el noviciado, ya como fraile agustino, una vez realizada la Gran Unión de la Orden. La vida de San Nicolás ofrece elementos ciertos del rigor y el estilo de aquellos primeros ermitaños, que, con otras congregaciones similares, fueron unidos en una nueva estructura jurídica, heredera histórica del carisma agustiniano.

En torno a 1268 o 1269 recibe la ordenación sacerdotal, en la ciudad de Cingoli, donde posiblemente terminara sus estudios teológicos, de manos del santo obispo Benvenuto de Scotivoli, pastor de Osimo y gobernador político, por nombramiento papal, de toda la Marca de Ancona.

Desde su ordenación hasta 1275, fecha de su traslado al convento de Tolentino, donde vivirá por treinta años, hasta su tránsito, se suceden unos años oscuros para la localización de fray Nicolás y los ministerios que fue ejerciendo. En la ciudad de Sant’Elpidio, recién ordenado sacerdote, fue maestro de novicios.

Varios destinos más recogen sus biógrafos: Piaggiolino, Pésaro, Recanati, Fermo, creciendo su fama de predicador y hombre de espíritu. A partir de 1275 Nicolás asienta su conventualidad en Tolentino, donde vivirá los treinta años que le resten de vida, haciendo de esta ciudad su patria adoptiva y vinculando para siempre su nombre a ella. 

Su vida religiosa y sacerdotal girará en torno a cuatro destellos de santidad:

La vida común, enmarcada en una práctica ascética, propia de la época, de marcado rigor, herencia de aquellos venerables ermitaños de su infancia. Su presencia en la comunidad es reconocida como virtuosa y meritoria por parte de testigos en el proceso de canonización, que vivieron con él, alguno por más de 25 años. Siempre con poca salud, Nicolás era el hombre disponible, siempre obediente, afable, caritativo, jovial…; de mirada dulce, acogedor que se adelantaba a las necesidades de los frailes y solicitaba cuidados especiales para los huéspedes, enfermos y religiosos empleados a trabajos más costosos. «Gozaba mucho viendo disfrutar a los frailes».

La vida de oración y estudio. Consta sus muchas horas de oración personal, su asistencia rigurosa a las prácticas comunes de oración, su atractivo en la predicación, la prudencia en el ejercicio de la reconciliación sacramental, etc. Esa aureola de reconocimiento tiene por centro una vida de oración intensa, que no escapa a la comprensión del pueblo sencillo, como consta en muchas de las declaraciones del proceso de canonización.

El ministerio sacerdotal, de marcado carácter sacramental: la celebración de la eucaristía diaria, que atraía a gran número de fieles, por la piedad emanante, por su autenticidad; la predicación, en la que siempre tuvo fama por el mucho bien que producía en todo aquel que le escuchaba; su discreción de espíritu y prudencia pastoral en el ejercicio de la confesión, que buscaban en masa los fieles de Tolentino…

La entrega incondicional a los pobres y necesitados. Consta su dedicación a los enfermos, a los que visitaba con asiduidad; la fama que tenía entre los necesitados, a los que siempre alcanzaba en su caridad.

Después de una vida intensa, vivida desde la oración y la entrega incansable a los demás, sus hermanos de hábito y los fieles destinatarios de su ministerio sacerdotal, muere Nicolás en Tolentino, el 10 de septiembre del año 1305.

Nicolás fue el primer santo canonizado de la Orden Agustiniana y se le ha considerado como el hijo más grande de san Agustín, el modelo acabado del fraile mendicante agustino, más aún, como el icono de la identidad carismática agustiniana.

Gozó en vida de fama de santo y de taumaturgo, reconociéndose más de 300 milagros obrados por su intercesión. El proceso de su canonización comenzó, como dijimos, en 1325, a los 20 años de su tránsito, siendo canonizado por Eugenio IV el 5 de junio de 1446, en la solemnidad de Pentecostés. Este retraso de la canonización obedeció, según explica el historiador agustino P. David Gutiérrez, a las circunstancias de la vida de la Iglesia envuelta en la crisis del cisma de Occidente.

fr. JM

Rector del Socors