Las misas tolentinas

San Nicolás de Tolentino es considerado patrón de las almas del purgatorio. Su sepulcro en Tolentino fue, desde primera hora, centro de peregrinación de verdaderas multitudes de fieles, que buscaban su intercesión, sucediéndose una larga lista de favores reconocidos.

Ya antes de su canonización oficial el Papa Bonifacio IX, en 1400 le reconoció como “santo”, concediendo indulgencia plenaria a los que visitasen su sepulcro en determinada circunstancia, procurando la Orden, por mandato del P. General, hacer llegar a la Santa Sede información conveniente sobre los signos destacados que provocaba la devoción creciente en los fieles.

Su culto, después de la canonización, se expandió rápidamente desde Italia a toda Europa, de la mano de sus hermanos de hábito, saltando al Nuevo Mundo, al amparo de la acción pastoral de los misioneros agustinos españoles y portugueses. Una muestra de ello es la abundante iconografía que produce el santo en las iglesias de su Orden, es decir, que “entró pronto en la historia del arte en su siglo”, siendo motivo de atracción para artistas, escultores y pintores, también atraídos por la santidad de vida y la popularidad de su figura.

De todas las expresiones de la santidad de Nicolás resaltamos la de su relación con las almas del purgatorio, de las que es considerado patrono o especial protector. Fue al comienzo de su vida sacerdotal y se conoce como la visión de Valmanente, cerca de Pésaro, capital de la región de Las Marcas. Desde 1228 tenían convento los ermitaños agustinos. Hoy se le conoce –bello nombre- como “Oasis de San Nicolás”. El primer biógrafo dice que fue enviado allí para “llevar vida conventual”. Nos es suficiente, no es poco. Señala el biógrafo también que “celebraba misa con extraordinaria devoción” todos los días, que este rasgo de la misa es repetido una y otra vez en el proceso, como destacando la piedad eucarística del santo.

Dejamos en su literalidad el relato, tal y como nos lo cuenta el agustino recoleto, P. Pablo Panedas, en su extraordinaria biografía, “El Santo de la Estrella, San Nicolás de Tolentino”, Madrid 2005, pp 86-87:

Un sábado por la noche, cuando acababa de acostarse, le parece oír un fuerte grito que lo sobresalta:

  • Fray Nicolás, hombre de Dios, mírame.

Él se vuelve y ve una figura que no consigue identificar.

  • Soy el alma de fray Peregrino de Ósimo, a quien has conocido de vivo. Entonces yo era tu siervo. Ahora sufro tormento entre llamas. Dios ha acogido mi contrición y, por eso, no me ha condenado a las penas del purgatorio. Te suplico humildemente que celebres por mí una misa de difuntos, para que salga de estas llamas.

Nicolás acierta a responder:

  • Que el Señor, nuestro Redentor, te ayude, hermano. El caso es que, esta semana estoy encargado de la misa conventual, y no puedo decir misa de difuntos; mucho menos mañana, que es domingo.

A lo que fray Peregrino replica:

-Ven conmigo, a ver si eres capaz de rechazar la súplica de una multitud tan desgraciada como la que te voy a enseñar.

Y lo guía a otra parte del convento, desde donde le muestra la pequeña llanura próxima a Pésaro, llena de una multitud de gente de todo sexo, edad, condición y categoría. Y añade:

– ¡Ten misericordia de nosotros, padre! ¡Compadécete de esta multitud tan desgraciada que espera tu ayuda! Si celebras la misa por nosotros, casi toda esta gente saldrá de estos tormentos tan atroces.

Fray Nicolás se despertó conmocionado. El resto de la noche lo pasó implorando al Señor con lágrimas por la multitud que había visto. Por la mañana se lo contó al prior y le pidió permiso para celebrar la misa de difuntos durante la semana. El prior se lo concedió de inmediato, de forma que Nicolás pudo celebrar por aquella pobre gente toda la semana, al tiempo que multiplicaba sus oraciones y lágrimas.

Al cabo de siete días, se le volverá a aparecer fray Peregrino, para agradecerle su misericordia. Tanto él como muchos de aquella multitud disfrutaban ya de la gloria, gracias a las misas y oraciones de Nicolás.”

Este relato vendrá reforzado por el episodio, recogido también por el primer biógrafo, Pedro de Monterrubiano, que le conoció en vida, de la intercesión del santo a través de su oración insistente y sus sacrificios en la salvación de un hermano carnal suyo, Gentile, muerto en extrañas circunstancias; salvación de la que tuvo conocimiento extraordinario el santo. Ambos relatos extenderán en el pueblo cristiano determinadas certezas con respecto a san Nicolás de Tolentino, que estructurarán la devoción popular a su santidad y su patronazgo eficaz sobre las benditas almas del purgatorio, que se asentará sobre una conciencia colectiva de fuerte arraigo popular.

La expresión más singular de este patrocinio sobre las almas del purgatorio será la práctica del septenario de misas ofrecidas en honor del santo como válido intercesor y en sufragio por el alma de un difunto. Estas siete misas, conocidas como misas tolentinas, corresponden a los siete días que transcurrieron entre la visión de Valmanente y la oportuna confirmación de la salvación de fray Peregrino, gracias a las misas celebradas por san Nicolás y a sus oraciones y lágrimas.

El septenario de misas tolentinas configuran un antiguo privilegio de la Orden Agustiniana en favor de las almas del purgatorio, similar en privilegios e indulgencias a las famosas Misas Gregorianas en sufragio por los difuntos, establecidas por el papa san Gregorio Magno (+ 604), a la luz de una experiencia cercana a la visión de Valmanente de san Nicolás. La piedad popular hizo el resto, desarrollando la creencia común de la eficacia de estas misas en la liberación inmediata de las penas purgativas.

fr. JM. Rector del Socors