Tarde de Jueves Santo. Tarde de entrega radical del amor de Cristo a su Iglesia, y al mismo tiempo tarde de traición y huida por parte de aquellos que prometieron seguirle. Celebramos la Cena del Señor, invitados en ella a contemplar los latidos del Corazón de Cristo que hoy, como ayer, como en la tarde aquella, mientras se entregaba en amor haciéndose pan y vino, banquete de fraternidad y fiesta; mientras instituía a sus más fieles discípulos como sacerdotes de un culto nuevo, para que se diesen como ministros de la unidad y de la Eucaristía, del perdón y de la caridad; mientras nos entregaba el más bello legado del mandamiento nuevo, para que nos amáramos los unos a los otros como ÉL nos ama… en esa misma tarde… su Corazón de amigo y compañero; su Corazón de misericordia para el perdón, para la redención de todo el género humano; su Corazón humano, verdadero grito del amor del Padre para todos… tenía que soportar la mirada traidora de Judas y su beso asesino en el Huerto de Getsemaní; la mirada cobarde de Pedro después de que cantara el gallo en el Pretorio; el miedo y la huida de los que parecía que iban a dar la vida por ÉL…

Tarde de Jueves Santo. Se unen en ella misteriosamente la misericordia infinita del Corazón de Cristo, su amor único, con la fragilidad, la flaqueza, la nadería, la miseria de la criatura humana, que mucho promete y promete y  cuando llega la hora de la verdad, la hora de sacrificio, de la entrega, del compromiso, de la fidelidad… se envuelve en el miedo y huye, movido por la cobardía y la desconfianza.

Tarde de Jueves Santo. No, no todos le fueron infieles. Hay un joven, para vergüenza siempre de los mayores, de los adultos, de los que se creen sabios por su experiencia y palabrería. Es Juan, a quien llaman el discípulo amado. Juan le fue fiel, según nos consta en el evangelio. Juan reposaba su rostro sobre el pecho del Maestro. Como nadie en la Historia humana, el evangelista Juan pudo sentir los latidos de aquél Corazón que aún hoy, en la distancia de miles de años nos sigue provocando tensión de vida y de esperanza.

El joven Juan en aquellas horas donde se desataba la locura del prendimiento, del ir y venir entre ultrajes permanentes a sufrir el juicio de los poderosos… busca a María, la Madre. Le busca, le arropa, la abraza, y va con ella siguiendo las huellas de sangre por un sendero de amargura, hasta el pie de la Cruz, donde contemplaría el costado abierto del Señor, de donde brotó sangre y agua, naciendo esta Iglesia que contempla, que vive y siente hoy el latido fiel, cargado de amor y de fidelidad, del Divino Corazón de Jesucristo para que el mundo crea, para que sea posible la salvación.

Tarde de Jueves Santo. Tarde de donación y dádiva… Ahí tenemos en nuestras manos el regalo de la Eucaristía, cumbre de la vida cristiana. Su presencia real, su sacrificio vivo, el banquete de los hermanos que caminan, que luchan y esperan; el alimento para el camino, bellísimo viático, para latir por ÉL, por su Sagrado Corazón, y para seguir sus huellas con pasión y fidelidad.

Ahí tenemos el sacerdocio, bellísimo ministerio sagrado, siempre envuelto en la fragilidad humana, pero camino de santificación para aquellos que son instituidos para ser otros Cristos en la tierra. Y ahí tenemos el mandamiento nuevo: para amar como ÉL: sin dobleces, sin máscaras, sin mentiras.

Señor Jesús, en esta tarde del Jueves Santo cada uno de los que estamos aquí queremos ser como Juan, el joven evangelista. Queremos ser evangelios vivos de tu Corazón. A pesar de nuestra poquedad, a pesar de nuestros cansancios, a pesar de nuestras faltas de fe y esperanza, nuestra presencia aquí quiere ser un grito de amor a ti, a tu Corazón que sufre, en ese eco inaudito de infidelidades que se prolonga en la historia como en un eterno Jueves Santo. Queremos estar junto a María en esta hora, junto a soledad y su lágrima. Y queremos que sepas, Señor Jesús, amigo, esposo, compañero… que cuentas con nosotros para dar la cara por ti, el corazón y la vida.

fray JM, Rector del Socors – Abril 2019