Ay, noche de Viernes Santo. Ay, noche de silencio, de soledad y muerte. Ay, noche de sepulcro abierto, esperando el cuerpo yerto de Aquél por quien fue la Vida, por quien todo se hizo y se hizo bueno y bello.

¿Qué hemos hecho contigo, Señor de la hermosura y la belleza? ¿Qué hemos hecho contigo, amigo del alma, compañero bueno, cuya palabra abrió los cielos e inundó el corazón del hombre de bondad y ternura? ¿Qué hemos hecho contigo, que llegas a nosotros, lacerado, insultado, humillado, coronado de espinas, azotado, crucificado, vejado ante los hombres como varón de dolores? ¿Qué hemos hecho contigo?

Y lo hemos escuchado a mediodía, era la hora de Sexta, hora de la Divina Misericordia. Te lo hemos escuchado de tus labios amoratados por el dolor y la sed, agonizando que estabas: “Padre, Padre… perdónalos, porque no saben lo que hacen?

¿Qué no lo sabíamos? ¿Qué no lo sabemos? Ay, Señor del Sepulcro… Sabemos muy bien que esta muerte, esta soledad, este silencio, esta horrible noche de abandono, es fruto de nuestro pecado, de nuestros juegos, de nuestras mentiras,  de nuestras injusticias, de nuestra desconfianza, de nuestros odios, de nuestras intransigencias, de nuestras vanidades… A ti, Señor, te hemos crucificado todos, te hemos matado entre todos.

Y ahora, de noche, en la noche, vamos a depositar tu cuerpo en el sepulcro frío. Tu Madre llora, doblada por el dolor. Las lágrimas de María en su soledad confirman la palabra que le rasgó el alma de mujer y madre, allá en el templo, cuando de pequeño te llevaron a presentarte a Dios, y el viejo Simeón le profetizó un dolor que se ha cumplido en tu muerte: “Y a ti, mujer, una espada te atravesará el alma”. Y estamos junto a ella, hecha silencio y esperanza. Ella espera, porque cree y confía en ti.

Nos dijeron al comienzo de la Semana Santa en el Pregón cofrade que hiciéramos silencio en estos días, para poder entender lo que está sucediendo. Con ruido, Señor, con nuestros ruidos, nuestros gritos y aspavientos de hombres sin Dios, no cabe vivir en la fe y la esperanza. Por eso esta noche, desde este silencio hondo que nos duele, renovamos desde el hondón del alma la fe en ti, en tu promesa de vida. Vamos a colocar la imagen de tu cuerpo muerto en el sepulcro y esperamos vivir una rabiosa mañana de luz y de Pascua. Que no seamos hipócritas en nuestra lucha diaria; que seamos cristianos convencidos de que tú vas a vencer a la muerte saliendo del sepulcro. Y será posible una mañana nueva, donde se alzarán los dinteles de nuestras casas y se abrirán las puertas y ventanas para que tu luz irradie en nuestros corazones y seamos los cristianos vehículos creíbles de la fuerza de tu evangelio.

Haz posible, Señor, que la luz de tu Resurrección cambie la historia y podamos construir un mundo más justo, más bueno y más bello. Esperamos el nuevo amanecer junto a María, tu Madre y nuestra Madre.

fray JM, Rector del Socors – Abril 2019