Hermanos: No está aquí… No está. El Señor no está en el sepulcro. Lo hemos oído en el evangelio de Lucas… las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado para embalsamarlo. La piedra que cerraba el sepulcro estaba movida. Y se desconcertaron. Y aquellos dos hombres con vestidos refulgentes o aquellos dos ángeles (qué sabemos…?) les lanzaron la pregunta que resuena en los siglos:

“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí.” Y fueron corriendo a los apóstoles: María Magdalena, Juana, María la de Santiago, y las otras mujeres. Fueron corriendo con un arrebato de desconcierto y felicidad. Los hombres no las creyeron. Pensaban que deliraban. No era posible. Y Pedro fue, según cuenta Lucas el evangelista. Y entró al sepulcro y vio las vendas por el suelo… No está aquí.

Dos mil años de esto, más o menos. Dos mil años gritando que no está entre los muertos, que vive, que está vivo… Que la noche ya no es noche, sino día de luz y de esperanza. Que no hay tinieblas, ni sospechas, ni soledad, ni ese dolor que nos punzaba el alma cuando le contemplamos colgado de la Cruz, herido y maltratado, varón de dolores, roto y muerto. Que ya no hay cadenas que nos aten, fracasos, ni dolores ni desesperanzas. Que ÉL está aquí y camina con nosotros y nos mira y come con nosotros y nos abraza y acaricia.

No busquéis entre los muertos. No perdáis la vida entre sepulcros. Abandonad los cementerios del pecado, de la sospecha, de los miedos, de la desconfianza. Echad las puertas a tantos sepulcros blanqueados, limpios por fuera y empozoñados con la mentira, la injusticia, la podredumbre del egoísmo y del odio, de la envidia y la murmuración, de la lujuria y el empecinamiento de nuestras tonterías.

Él vive, es la Pascua del Señor, el paso de la muerte a la vida. Y hay luz y agua, que brota como fuente de esperanza para el mundo. Y no van a vencer más los malos, aunque sigan manipulando las tensiones de la historia humana. Y hablarán los mudos, danzarán los cojos, caminarán los paralíticos, y sanarán los leprosos, los enfermos todos. Y reirán los tristes. Y nadie se sentirá solo y desesperado. Y los niños serán respetados, creciendo en verdad y justicia. Y la mujer será respetada en su dignidad y los hombres moderarán sus violencias. Y los pueblos alcanzarán la paz.

Porque resucitó de veras mi amor y mi esperanza, como cantó María la de Magdala, la que fue pecadora, la que renació a golpe de dejarse mirar por ÉL.

No busquemos entre los muertos. Creed que vive, pero comulgad con ÉL. Uníos a ÉL, celebrad con ÉL, amadle a corazón entero, no a fascículos de promesas y buenas intenciones. Pegaos a ÉL y vivid por ÉL y para ÉL. Y será posible una Iglesia nueva, convertida, llena de juventud y de limpia hermosura. Y será posible en tu familia la concordia y la paz. Y en tu trabajo la estabilidad y el progreso. Y en tu pueblo, en tu patria la paz y la prosperidad, porque te inunda, porque nos inunda, misteriosa, feliz, gozosa, imparable la fuerza del Resucitado.

Es la Pascua de Jesús en una noche así, donde la alegría se convierte en Aleluya, en canto, en fiesta, en gozo. Y toda esa energía regenera nuestra vida, lanzándonos a un compromiso de hacer las cosas mejor. Dando la cara y la vida como testigos del Resucitado, del que vive. Y siendo vehículos de credibilidad de una Iglesia vieja, que puede contar con nosotros: con nuestra verdad, con nuestra dignidad, con nuestro compromiso cristiano.

Veremos, hermanos, un amanecer radiante. Amanecerá un día de luz, porque le tenemos con nosotros, porque está con nosotros y nadie, nunca, jamás nos amará como ÉL. Somos suyos, rabiosamente suyos. Cristianos bautizados que hemos vivido la luz de la Resurrección. Que se entere el mundo.

¡¡Feliz Pascua de Resurrección para todos!! Amén. Aleluya.

                                              fray JM, Rector del Socors – Abril 2019