viernesEs Viernes Santo. La Iglesia hoy vive el drama de la pasión y muerte de Cristo en el Calvario, centrando su mirada en la cruz y en el Crucificado.

El evangelio de san Juan guiará la contemplación y adoración de la Iglesia con el corazón de la Madre, que se mantuvo fiel al pie de la cruz, y del discípulo amado.

Contemplando al Crucificado la Iglesia le reconoce como Rey, como dice el titulus de la cruz, mandado poner por Pilato. Desde el trono de la cruz rige el mundo el autor de la vida.

Reconocido como Sacerdote y Templo, con la túnica inconsútil, que los soldados echaron a suertes.

Como el nuevo Adán, el hombre nuevo, junto a la nueva Eva, la mujer nueva, que es María, la madre.

Como el sediento de Dios, que ejecutó el testamento de la Escritura.

Como el Cordero Pascual inmolado, cordero inmaculado, al que no le rompieron ni un solo hueso.

Como el exaltado en la cruz, que atrae a todos hacia sí, hacia su Corazón y su amor, manifestado en la entrega incondicional por la salvación del hombre.

Como el Hijo único del Padre, en quien se cumplen las promesas dadas a Israel.

Como el Cristo, el Señor.

Y junto a la cruz estaba su madre”, a quien le atraviesa una espada de dolor, como le profetizó el anciano Simeón a la entrada del Templo. Acogiendo y ejerciendo una maternidad nueva sobre todos los seguidores de su hijo. Ella es el último testamento de Jesús: “Ahí tienes a tu madre”. Madre del Mayor Dolor, Madre de la Soledad, que abraza a la Iglesia en el momento culmen de la Redención.

Junto a ella, el discípulo amado. Juan personifica la fidelidad del discípulo, que será testigo del amor que brota del Corazón de Cristo en el momento de la cruz, al cumplir con el proyecto del Padre en plena obediencia.

Y hoy la Iglesia contempla, adora y ora en intercesión por todo el pueblo redimido por la sangre derramada del Mesías. Es Viernes Santo. Y todo se envuelve en el silencio de la espera.