ecojmjCracovia 2016

Invasión de jóvenes. Miles, hasta el millón y medio, según recogían los medios. De todo el mundo. Jóvenes en su mayoría católicos y muchos, también, de otras confesiones cristianas e, incluso, algunos de otras religiones. Es un encuentro de la juventud del mundo, uno más, otro, desde que comenzara a convocarlos San Juan Pablo II con aquél impresionante poder de convocatoria. Jóvenes inquietos, jóvenes en búsqueda, jóvenes con ganas siempre de construir un mundo mejor, marcados por la Cruz que recorre el mundo en sus hombros y el icono de la Madre de Dios, de María. Jóvenes con ganas de silencio, de escucha de la Palabra de Dios, de adoración; con ganas de encuentro, de compartir, de fiesta y alegría.

Y asombra. Asombra que la juventud se rinda a la presencia del Obispo de Roma, en pleno ejercicio del ministerio de la unidad en la universalidad, lo verdaderamente católico Ninguna ideología, ningún partido político, ningún sistema o estructura de poder…, en este mundo nuestro tan desestructurado e inconsistente, tiene ese poder de convocatoria y esa fuerza de transmitir un mensaje cargado de esperanza.

Y sucedió el encuentro en armonía. Cracovia, Polonia entera, consciente de ser memoria viva del Papa polaco que hizo posible este milagro entre los jóvenes del mundo, se volcó en el encuentro. Y se sucedieron las catequesis previas, la preparación –nunca fácil- de los viajes, la concentración, la organización, los encuentros de oración, de catequesis, de celebración y fiesta. Y los jóvenes hicieron silencio y el Papa les habló, les invitó –con esa fuerza renovadora de la sencillez franciscana a no tener miedo, a despertar, a no vivir acomodados, a escuchar y buscar la voluntad de Dios en sus vidas, a lanzarse a ser responsables, comprometidos, solidarios. Los jóvenes tienen que cambiar el mundo a mejor. Ellos son los que pueden hacerlo y tienen que hacerlo. Y no es freno ni obstáculo alguno los inconvenientes que presenta la cultura difusa de nuestro mundo, las estructuras de poder desordenado, el miedo al conflicto, a la situación de guerra –no religiosa, no- que vive nuestro mundo. Invitados los jóvenes a no dejarse llevar por la indiferencia frente a las ideologías absolutas, a los fundamentalismos absorbentes. Que los pobres tienen voz, que la Iglesia ha sido y seguirá siendo voz de los que tienen voz, brazos de caridad y misericordia para todos los pobres y necesitados.

Y fue posible la JMJ 2016. Y habrá más para 2019, convocados en ese abrazo de los pueblos de América, que es la República de Panamá. Y allí estará Pedro con los jóvenes, para seguir hablando del Señor Jesús, el Señor de la historia, el Eterno Viviente, en su eterna y feliz juventud; marcados por la Cruz y junto al icono de paz de la Virgen María.

Por eso queda un eco fecundo, lleno de esperanza, un eco que confiamos llenará de luz las comunidades cristianas, con ese gozoso marcaje del perdón y de la misericordia. Y amanecerá para el mundo una mañana de júbilo, tras tanta tiniebla y oscuridad como parece habita en el pensamiento del hombre y en sus relaciones, en los estados marcados por la violencia y la guerra; en medio de tanta injusticia y tanta pobreza que hiela el corazón.

Y en ello estamos, cuando es agosto…