Es una constante en cuantos entran por primera vez a esta iglesia de los agustinos de Palma, el quedarse asombrados por los tesoros que encierra, resaltando siempre las tres piezas más preciadas: la imagen de la Virgen del Socorro, titular del templo, talla en alabastro policromado, de taller hispalense de la primera mitad del XVI; el órgano de los hermanos Caimari, del XVIII, que mantiene intacta su elegancia y su sonoridad y eleva a Bach a límites insospechados y la famosa, luminosa, bellísima cúpula de Francisco Herrera, de un sereno barroco napolitano del XVIII. Asombro, esplendor, armonía… Arte, historia, cultura, belleza acumulada.
Y quien acompaña explicando los tesoros, más allá de estos tres que señalamos, se queda siempre insatisfecho por no poder expresar en su amplitud lo que consideramos es lo más valioso, permanente, luminoso, bello y fiel…: el tesoro de la fe de los fieles, de toda edad, clase y condición, que como lluvia fecunda, lenta, imparable, caladora, se va derramando entre estos muros centenarios. Detrás de esa fe que vemos con nuestros ojos (la fe… ¿se puede ver?); que escuchan nuestros oídos, que comparten nuestros corazones… hay historias únicas, definitivas, totalizadoras, de latidos incontenibles, asombrosos. Es la vida. Es El Socors y más en mayo.
Mes de primavera, mes de las flores. María, la Bienaventurada, la siempre entera, la siempre joven, “sin mancha ni arruga”, que no conoció pecado por lo quiso aquél que le marcó un destino para un proyecto sublime: ser Madre del Verbo encarnado. Y aquí, en el Socors, a María se le invoca con sabor de fidelidad de siglos como Mare de Déu del Socors. Y se le honra, se le contempla, se le reza, se le cuida, se le canta, se le adorna… Y el 13 de mayo, en comunión siempre de devociones, que una sola es la Mare de Déu, al ritmo del calendario litúrgico agustiniano, celebramos la fiesta de la Virgen María, Madre del Socorro, que tiene aquí su casa y solar.
Y el mismo día 13, de la mano de la Virgen, se entra en la tradicional y popular novena en honor de una hija selecta de María, cual fue y es Rita de Casia, santa Rita, monja agustina del siglo XIV, en Casia, ciudad enclavada en el corazón verde de Italia que es la Umbría. Durante nueve días se va avanzando en la contemplación de la vida de la santa, sus virtudes, su poder de intercesión, su amistad, su cercanía, su poder de seducción para cambiar de vida y tomarse en serio la fe, el evangelio, el seguimiento de Jesús y el compromiso con la iglesia.
Y es aventura el ver y comprobar cómo los cristianos vienen y celebran y gozan y esperan con la compañía feliz de esta hija de María, amiga fuerte de Dios, mujer de paz, de fortaleza, de esperanza, de impresionante caridad.
Y su fiesta el día 22 atrae gente: a misa, a confesar, a pasar ante la imagen de la Santa de Casia, abogada de imposibles orando, suplicando, dando gracias. Sin parar. Imposible calcular los fieles: niños, jóvenes, adultos, ancianos; hombres y mujeres, enfermos y sanos… Insistimos: hay un tesoro indescriptible en el Socors de Palma que el guía que explica la iglesia a los visitantes interesados en el arte y la historia de este templo se siente incapaz de transmitir. Esto hay que verlo (la fe… ¿se puede ver?) y sentirlo para creerlo.
El Socors de Palma en el mes de mayo… un misterio de Dios y del corazón de la criatura humana. Un tesoro con sabor a cielo.