La Divina Misericordia

Las apariciones de Jesús a sus discípulos después de la resurrección están llenas de gestos y contenidos fundamentales para el seguimiento del Maestro. En las apariciones brilla la gracia de la Misericordia, aquella que brota del Corazón traspasado del Crucificado, que se presenta ahora vivo, resucitado, vuelto a la vida, ante los ojos de sus discípulos.

Y ¿qué les ofrece Jesús? Tres dones, tres regalos cargados de misericordia. Uno, la paz que enfrentara el miedo, la mala conciencia de traición y huida y abandono conque trataron al Señor. La paz que les ensancharía el corazón apostólico hasta los confines del mundo. “¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió, así os envío yo” .

Un segundo don que otorga Jesús a sus discípulos es el Espíritu Santo defensor, prometido. El Espíritu que hará posible que los pecados sean perdonados a través del sacramento de la Reconciliación y el ministerio sacerdotal. El Espíritu es un don de misericordia que nos ayuda a levantarnos de la muerte del pecado y nos anima a la vida resucitada, de verdaderos discípulos, de testigos del Resucitado en medio del mundo, recordando que su misericordia vence al juicio.

Y hay un tercer don de misericordia, que les ofrece Jesús resucitado. La imagen de sus llagas, como las ofreció a Tomás, el incrédulo. El signo de las llagas en Cristo resucitado es una invitación universal, a todo creyente y a todo hombre de buena voluntad, para descubrir en el devenir de la historia en cada llaga de nuestro prójimo sufriente la prolongación del misterio de la obediencia en la pasión y muerte del Cristo que nos ha rescatado de todo dolor y sufrimiento, de todo castigo y toda muerte.

Contemplar las llagas del Resucitado es abrir los ojos y el corazón, en caridad activa y comprometida, al dolor de la Iglesia en nuestros hermanos necesitados, enfermos, los que se sientes solos, desprovistos de dignidad y justicia.

Contemplar las llagas del Resucitado nos impulsa a cambiar de vida, a trasformar este mundo nuestro en un mundo nuevo, donde sea posible establecer la misericordia, hecha cercanía, comprensión, justicia, bondad, ternura. Que el esfuerzo de credibilidad y transparencia de los testigos de Jesús confunda a los poderosos del mundo, a los que mantienen estructuras de poder y corrupción sin tener sus ojos y estrategias de poder al servicio de los más necesitados, a los que mienten al pueblo y nos conducen a enfrentamientos y divisiones entre naciones, a los que provocan la guerra y la muerte.

Que la Divina Misericordia invada el corazón y los hogares de los cristianos, los templos, las escuelas, los talleres, las oficinas, las calles y plazas de nuestro mundo. Y esto sólo será posible si confiamos en Jesús, si en ÉL instauramos todas las cosas, si ÉL es el centro y quicio de nuestro amor y nuestra entrega.