A medida que iba avanzando y aumentando el número de enfermos visitados me daba cuenta que en la mayoría de las habitaciones había una enfermedad muy común y que afectaba por igual a enfermos y familiares. Y porque para tratar esta enfermedad no se estaba usando ningún tratamiento. Incluso el contagio había llegado al personal sanitario y laboral de este hospital. Esta enfermedad se llama tristeza.
En muchas habitaciones junto a la cama estaba Ella, en silencio, como junto a la cruz: la Virgen de la Caridad, de la Almudena, del Pilar, de Montserrat, de Guadalupe… Igual que aquel día junto a la cruz, no pronunció palabra, los ojos llenos de lágrimas y pidiendo que todo pasara cuanto antes. Pero allí seguía de pie con la cabeza alta, haciendo lo que mejor sabe hacer cualquier madre: estar con su hijo cuando más lo necesita.
Esa es la misión de María en los hospitales: estar al lado de su hijo o hija enferma, permanecer en silencio, siendo el paño de lágrimas donde poder desahogarse y escuchar cada una de las suplicas de sus hijos enfermos. María es salud para esa enfermedad que nadie ve pero de la que ella sabe mucho, porque ¿puede haber en el mundo mayor tristeza que la de una madre que pierde a su hijo? María conoce la cara más amarga de la tristeza; pasea por los hospitales y se queda junto a la cama de tantos enfermos, pasando desapercibida, sin molestar, sin decir una palabra, porque ante el dolor la mejor palabra es el silencio. El enfermo no quiere palabras y menos mentiras que le impidan decir lo que siente, porque el familiar que le cuida no le deja de hablar y los que le visitan se empeñan en contarle todas las enfermedades que han tenido y hablarles de todos los que tuvieron su misma enfermedad. No, María no le cuenta a nadie su dolor, ese es para Ella, pero Ella sabe de dolor y por eso está allí, velando en silencio, cogiendo de la mano y dando un poco de paz al enfermo o al familiar que quiera mirarla a los ojos. Así es nuestra Madre: Ella es la salud de la tristeza, Ella hace que el alma recupere la serenidad y la paz dando esperanza con su ternura de madre. Y en ese trocito de intimidad personal que el hospital deja a cada enfermo, la Virgen sigue teniendo un espacio para velar por la salud de sus hijos.
Manuel Lagar
Capellán del hospital de Mérida
(Tomado de Alfa y Omega. 20-diciembre-2018)