Unos y otros, los de arriba y los de abajo, los poderosos y los sencillos, los de un lado y otro… nos dirán, posiblemente, que no. Vociferarán los medios de comunicación, incansables, como siempre, profetizando catástrofes. Rugen las armas en muchos rincones del mundo. Vemos destruirse Ucrania, arrasan Gaza, siguen ensangrentándose como campos de amapolas las tierras de Somalia, Yemen, Etiopía, Mali, Eritrea… Siguen discutiendo en los foros internacionales, ahítos de salarios desmesurados, dietas elevadas, privilegios injustos, viajes y comidas de trabajo y hoteles de lujo, nuestros líderes y gobernantes, que tendrían que ser garantes de la paz y el bienestar y progreso de los más vulnerables, personas y pueblos. Algunos –locos de atar y al frente de gobiernos- armándose para la guerra, con intención de construir más armas nucleares, para aumentar su fuerza y –dicen– en defensa propia.

Desplazamientos de población subsahariana o latinoamericana sin control alguno, huyendo del hambre y buscando refugio e incierto futuro en los países que llaman ricos en la vieja Europa o Norteamérica. Cayucos destrozados, vidas incontables tragadas por las aguas del Mediterráneo, hoy cementerio de cadáveres. Deficiente integración cultural y choque de formas de vivir y de entender el mundo y las relaciones sociales. Resurgir de fobias y odios y rechazo entre colectivos que mal conviven, ignorándose a veces, en un campo común de convivencia. Una tierra que tendría que ser acogedora y hospitalaria se convierte en otro silencioso campo de batalla, esta vez sin armas, pero donde el rechazo, la sospecha y el miedo –a veces- provoca fobias sin cuento entre pueblos y culturas que podrían ser hermanos. ¿Es posible la paz?

Las masas de eso que llaman “primer mundo” seguimos envueltos en el consumo descontrolado, tirando literalmente la comida a las puertas de nuestros hoteles, restaurantes y casas particulares. Tenemos llenas nuestras neveras y congeladores de productos que no son necesarios, más que para saciar un nivel de vida que –a todas luces- genera injusticia y desigualdad. Y quejándonos de sueldos mal remunerados y escasez de trabajo, cuando las compañías aéreas siguen llenando vuelos con destinos vacacionales. ¿Es posible la paz?

Más de 20.000 muertos en la Franja de Gaza y casas y familias destruidas, hospitales saturados, enfermos sin posibilidad de tratamiento y cuidado alguno; desplazamientos sin horizonte alguno de víctimas que quedaron sin casa, sin familia, sin derechos, sin dignidad, sin refugio alguno y tanques que siguen avanzando destruyendo lo que encuentran a su paso. Guerra, guerra, guerra. ¿Es posible la paz?

1 de enero de 2024. Primer día del año. La Iglesia católica celebra la fiesta de la Maternidad divina de María, Madre, reina y señora de la paz. Junto a ella la Iglesia convoca esta jornada de oración por la paz, de concienciación, de información, de lucha por la paz. Cualquiera que observe el mapa del mundo y analice los puntos donde la guerra está presente, dudaría de la posibilidad de paz. Y dudar de esa posibilidad es ya una derrota.

Y los cristianos – primer día del año- pensamos en la paz, anhelamos la paz, oramos por la paz. ¿Dónde, cómo, de qué manera podemos abrir nuestros ojos este día primero del año y mirar con esperanza el futuro que nos aguarda?

Tal vez sea el único camino que se nos permite, el eje y centro de ese deseo de paz, tan noble, tan humano. Decía el santo Obispo Agustín a sus fieles de Hipona: “Tú dices: son tiempos difíciles, son tiempos de opresión, son tiempos preocupantes. Vive correctamente y cambiarás los tiempos. Los tiempos nunca han hecho mal a nadie. Aquellos a los cuales se hace mal son los seres humanos; los que hacen el mal son los seres humanos. Por tanto, cambia a los seres humanos y cambiarán los tiempos.” (Serm. 311).

A lo mejor es demasiado poco, pero no queda otra. Cambia el corazón del hombre y cambiarán los tiempos. Cambia tu corazón: en tu casa, en tu familia, en tu trabajo, en tus relaciones sociales. Cambia, transforma, convierte, configura tu corazón con la paz. Cambia tu casa, tus costumbres, tus contundencias e intransigencias. Cambia, mejora, repórtate. Haz bien lo que tienes que hacer. Da la cara por la justicia y la verdad. No te dejes envolver por intereses ajenos a la bondad y la justicia, por las ideologías alejadas del evangelio que desfiguran al hombre y le encastillan en sus inconsistencias. Sé mejor persona de lo que eres, defiende siempre al más pobre y desvalido. Y el resto se nos dará por añadidura.

No nos queda otra: Será posible la paz porque Jesús, el Príncipe de la Paz, te tiene entre los suyos.

Fr. JM, Rector del Socors