El vínculo entre San José y los seminarios, como centros donde se forman los jóvenes para ser sacerdotes, se explica por la función de san José en la vida de Jesús y de María. En la Sagrada Familia de Nazaret san José realiza la función de custodio, de guardián de la madre y el hijo. Dios le confió esa misión y José, hombre justo y bueno, hombre de profunda fe y de cualidades netamente evangélicas, responde a esta misión desde la humildad y la sencillez, desde el silencio y el trabajo.

San José cuida de la Sagrada Familia, como cuida de cada uno de los que siguen a Jesús, cuida, protege a la Iglesia. Es el siervo fiel y prudente a quien el Señor puso al frente de su casa. El Señor le ha confiado todos sus bienes. (Mt 25, 45-47).

La grandeza de san José está en su fidelidad. Como custodio del Señor se configura como el espejo donde debiera mirarse todo sacerdote, que ha de custodiar al Señor en la Palabra, en la Eucaristía, en el ejercicio de la caridad pastoral. Todo aquél que quiera configurarse como pastor del Pueblo de Dios; todo aquel que quiera ser en verdad sacerdote de Jesús para el servicio de la Iglesia, debiera mirar a san José, aprender de él, buscar su protección, para que el servicio a la santa Iglesia sea en verdad una manifestación de amor gratuito, de servicio radical, de fidelidad absoluta.

Nos hacen falta sacerdotes auténticos, pastores del Pueblo de Dios. Hombres entusiasmados por Jesús, que manifiesten su amor a Jesucristo con una entrega radical, sin concesiones a la mediocridad. Necesitamos sacerdotes santos: verdaderos hombres de Dios, que hablen de Dios, que transmitan evangelio. Hombres de oración, que demuestran –porque lo viven– que hacen oración, que oran y contemplan y estudian la Palabra de Dios; que no viven de rentas del pasado, que no repiten como cacatúas. Hombres contemplativos que están a la escucha de la Palabra y a la escucha del clamor del pueblo; de las necesidades de los pobres; de las cuestiones que preocupan y hacen sufrir y gozar y marcan la vida de la masa humana. Hombres con capacidad de discernir desde la sencillez y la pobreza. Testigos de Dios. No superhombres. Esos que queden para las películas de Hollywood. Hombres que pecan, que son frágiles, que son y se sienten y se manifiestan como hombres pecadores, necesitados de conversión y penitencia y misericordia. Y que, aun pecadores y con fragilidades, gritan que aman, que sirven, que luchan, que esperan y que gastan sus horas y sus días en servir al pueblo que tienen encomendado. Pastores según el Corazón de Jesucristo, sacerdotes santos.

Y el horno donde se hornear esos corazones sacerdotales es el Corazón de Cristo. Si allí, fundiendo amores de apóstoles sinceros, van de la mano del santo Patriarca, protector de todos los seminarios y de las casas de formación de religiosos y de las familias cristianas, de los trabajadores, de los moribundos, de toda la Iglesia, es seguro el perfil de apóstol que alcanzan los que buscan su patrocinio.

Grite san José, hombre de silencios inauditos, tanta hermosura como encierra su patronazgo. Y celebremos al santo con verdadera devoción, pidiendo por los seminarios y por los jóvenes que hoy, en medio de tantas dificultades, se lanzan a la aventura de seguir a Jesús, para ser sacerdotes al servicio del altar y de la caridad.