Solemnidad de Todos los Santos y Conmemoración de todos los fieles difuntos

La fiesta de Todos los Santos nos tiene que llenar de alegría y de esperanza. Celebramos la “muchedumbre inmensa, incontable. Gentes de toda raza, lengua, pueblo y nación…, todos con vestiduras blancas.., proclamando con voz potente: ¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono y del Cordero!

Celebramos hoy a tantos hombres y mujeres, que a lo largo de la historia, historia de salvación, han cumplido en sus vidas la voluntad de Dios, viviendo como verdaderos hijos suyos y como hermanos del prójimo.

Celebramos y honramos en este día a todas aquellas personas que hemos llamado buenas, en el más pleno sentido de la palabra. Honramos y recordamos a todos esos cristianos que nos precedieron en la fe, esperanza y caridad y gozan ya de la dicha de la presencia de Dios en el cielo.

Todos y cada uno de nosotros, hemos conocido y vivido junto a estos santos, que se configuraron con Cristo y que no figuran en el santoral ni en el calendario, ni tienen su estatua, imagen o cuadro en los altares de nuestras iglesias; pero que sabemos que pasaron por esta vida haciendo el bien y Dios les ha premiado con vivir para siempre en su reino de paz y amor.

A todos esos santos anónimos, nos invita la Iglesia, nuestra madre, madre de todos, a celebrar su recuerdo, a honrarles, a pedir su intercesión y a imitarles, para que así también nosotros un día, junto a ellos, podamos gozar plenamente de la vida junto a Dios, nuestro Padre, en un “domingo sin ocaso”, pleno de felicidad y alegría.

Recordemos y recemos también, en la conmemoración de todos los fieles difuntos, teniendo presentes a nuestros seres queridos que han dejado este mundo, confiándolos a la misericordia del Señor, para que Él sea su luz sin ocaso, para que puedan vivir y gozar del reino que no acaba, de la vida que no tiene fin.

Oremos por nuestros difuntos, porque es bueno y justo que su memoria en nosotros se haga oración de comunión y solidaridad con ellos y por ellos; y se haga canto de esperanza, en la confianza de que un día podamos vivir junto a ellos la vida que no termina, porque han alcanzado la realización de la promesa de Jesús: “el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.