DON EN TUS DONES ESPLÉNDIDO, PERO…

Tranquilos… No ponemos “peros” a Dios. Ni el intento siquiera por muy humano que sea… Sin embargo…

Llega Pentecostés y nos volvemos locos de alegría ante la irrupción incontenible, el gozo manifiesto, por la fuerza y energía que produce en la Iglesia Aquél que nos lo explicará todo. Portador, dador de los siete dones magníficos: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Sin ellos el cristiano no podría sostener su vida moral, ni alcanzar la sensibilidad y docilidad para obedecer a Dios en sus designios. El creyente tiene que estar abierto siempre a esa acción del Espíritu Santo en su vida de fe, esperanza y caridad, garantizada o avalada por la acción de los sacramentos, siempre –evidentemente– en comunión con la Santa Iglesia.

¿Y, entonces…, a qué viene el “pero” dichoso?

El Espíritu Santo, “pneuma” de Dios, tercera persona de la Trinidad Santísima, que procede del Padre y del Hijo, verdadero Dios. El Paráclito, el abogado, el defensor… del que cree en Cristo y le sigue. El dador de vida, el santificador de la Iglesia y de todo bautizado. Espíritu inteligente, santo, único y múltiple, sutil, ágil, penetrante, inmaculado, claro, inofensivo, agudo, libre, bienhechor, estable, seguro, tranquilo, todopoderoso, omnisciente, que penetra en todos los espíritus inteligentes, puros y sutiles. (cf. Sab 7,22-23). A veces suave brisa; otras, viento huracanado, óleo, marca, signo, sello, abrazo, beso. Don de dones: se entrega en el bautismo, confirma y sella en la confirmación del cristiano. Regalo, dádiva siempre generosa. Inabarcable, único, inefable…

¿Y el “pero” ante tanta grandeza? Amigos: ¡el miedo!

Lo narra el evangelio de hoy: “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 19-23).

El miedo se venció a base de alegría… al ver al Señor.

No, no le ponemos “peros” a Dios. El “pero” lo hemos de poner a esa manía de tener cerradas puertas y ventanas por miedo a excesivas cosas y personas e instituciones. Viene el Espíritu con toda su fuerza, arrasando como viento en huracán o como suave toque delicado, pero ¡¡viene, llega!!! a dar vida, a santificar, a remover mentes y corazones y los pastores, ¡ay!, y las comunidades nos quedamos encerrados en nuestras batallitas, en nuestras matizaciones, en nuestras seguridades; cuando no en nuestras intransigencias y encastillamientos.

Pentecostés, sí; pero… en estos tiempos, Dios Espíritu Santo, no nos basta con componendas, con estrategias de marketing, con organigramas preconcebidos y manipulados, con el “siempre se ha hecho así” o “lo que funciona es mejor no removerlo”. Tanta seguridad y –a veces- ignorancia en los de arriba, cuando no indiferencia o pérdida de energías por falta de verdadero discernimiento en el Espíritu; y en los de abajo conformismo, indolencia, ahí me las den todas, o reduccionismo en el compromiso.

Sobran miedos, sobran peros… y faltan cristianos (¡ay!, arriba y abajo, aunque duela y no suene a evangelio) con las agallas necesarias para dejarse conducir por la fuerza del Espíritu Santo y comprometerse en una Iglesia que sea rostro veraz y coherente de Jesús. Falta, nos falta, exigencia, disciplina, excelencia en el seguimiento de Jesús y fidelidad a la Iglesia. Nos guste o no, aunque nos duela.

Ese es el “pero”. Seguimos en la brecha…

                                                         fr. JM. Rector del Socors