La palabra de Agustín en el Viernes Santo

No sólo no debemos avergonzarnos de la muerte del Señor, nuestro Dios, sino más bien poner en ella toda nuestra confianza y nuestra gloria. En efecto, recibiendo de nosotros la muerte que encontró en nosotros, hizo una promesa totalmente fidedigna de que nos ha de dar en él la vida que no podemos obtener de nosotros. Quien nos amó tanto que, sin tener pecado, sufrió lo que los pecadores merecimos por el pecado, ¿cómo no va a darnos lo que da a los justos él que nos justifica? ¿Cómo no va a cumplir su promesa quien promete sinceramente dar el galardón a los santos, él que, sin cometer maldad alguna, sufrió el castigo que merecían los malvados? Sin temor alguno, confesemos, o más bien profesemos, hermanos, que Cristo fue crucificado por nosotros; digámoslo llenos de gozo, no de temor; cubiertos de gloria, no de bochorno. Lo vio el apóstol Pablo y lo recomendó como título de gloria. Muchas obras grandiosas y divinas podía mencionar en relación con Cristo; no obstante, no dijo que se gloriaba en las maravillas obradas por él, que, siendo Dios junto al Padre, creó el mundo, y, siendo hombre como nosotros, dio órdenes al mundo, sino: Lejos de mí el gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Veía por quiénes, quién y de dónde había pendido, y presumía de tan grande humildad de Dios y de la divina excelsitud. Esto el Apóstol.

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Gloriémonos, pues, también nosotros en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para nosotros y nosotros para el mundo. Cruz que hemos colocado en la misma frente, es decir, en la sede del pudor, para que no nos avergoncemos. Y si nos esforzamos por explicar cuál es la enseñanza de paciencia contenida en esta cruz o cuán saludable es, ¿encontraremos palabras adecuadas a los contenidos o tiempo adecuado a las palabras? ¿Qué hombre que crea con toda verdad e intensidad en Cristo se atreverá a enorgullecerse, cuando es Dios quien enseña la humildad no sólo de palabra, sino también con su ejemplo? La utilidad de esta enseñanza la recuerda en pocas palabras aquella frase de la Sagrada Escritura: Antes de la caída se exalta el corazón y antes de la gloria se humilla. Es la misma música que suena en estas otras palabras: Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes y en estas otras: Quien se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado. Por consiguiente, ante la exhortación del Apóstol a que no seamos altivos, sino que nos acomodemos a los humildes, el hombre ha de pensar, si le es posible, a qué gran precipicio es empujado si no se conforma a la humildad de Dios y cuán pernicioso es que el hombre encuentre dificultad en soportar lo que quiera el Dios justo, si Dios sufrió pacientemente lo que quiso el injusto enemigo.

San Agustín, Sermón 218 C, 2 y 4.